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Los demócratas pasan factura al senador Lieberman, ex candidato a vicepresidente con Al Gore, por apoyar a Bush en la guerra de Irak. El día que el presidente le besó, empezaron todos sus problemas
MERCEDES GALLEGO CORRESPONSAL
-DE ABC, MADRID, SERVICIOS DE GOOGLE PARA BLOGGERS-
HARFORD (CONNECTICUT). Fue el beso de la muerte. Los problemas del senador Joe Lieberman empezaron ese día de enero del 2005 en que el presidente George W. Bush, que estrechaba manos tras pronunciar su discurso sobre el Estado de la Unión, agarró la cabeza de Lieberman con las dos manos y le plantó un beso en la mejilla. «Gracias por ser un patriota», le dijo.
La foto fue utilizada en julio para la campaña de Ned Lamond, un millonario recién llegado a la política que ha explotado el disgusto de los demócratas por el apoyo del senador a la guerra de Irak y a la política antiterrorista de Bush. «El beso: Demasiado cerca para sentirse cómodo», decía el eslogan.
Después de 18 años como senador, y de casi tocar la Casa Blanca como vicepresidente de Al Gore, la base del partido despojó a Lieberman de su asiento demócrata. Pero a sus 64 años el veterano político no iba a dejarse vencer tan fácilmente, sino que ha seguido adelante en la competición como independiente. El Kramer contra Kramer de los demócratas se juega en Connecticut estas elecciones, con la emoción de un derby.
Lamont mueve la cabeza. «No es cierto, estoy compitiendo contra dos republicanos», asegura. Entre el «establishment» del partido la persistencia de Lieberman crea situaciones tan tensas como la que vivía el jueves el ex alcalde de Hartford Mike Petersen, que después de tres mandatos dejó la alcaldía para montar un restaurante. Su local fue elegido ese día por el senador para hacer campaña. «Lieberman es un buen tipo, pero yo estoy en contra de la guerra», se disculpa. Aunque no lo dice, sus amigos aseguran que votará por Lamont. Eso explica que se revuelva nervioso esperando la llegada de Lieberman y su comitiva. «Yo no he organizado nada», se apresura a explicar. «Ellos llamaron para decir que venían y, ya sabes, esto es un restaurante, puede venir todo el que quiera».
Aún así se ve obligado a darle un efusivo abrazo y, ¡flash!, la foto oficial. Nada más entrar, el senador que sueña con ser el primer presidente judío de EE.UU. se encuentra con un viejo conocido al que saluda efusivamente. Frank Perry se considera «un republicano de Reagan», pero dice que Lieberman es «el único demócrata por el que he votado, y nunca lo haré de nuevo». Y con esa frase ejemplifica el principal problema del senador, que también puede darle el martes la victoria: le cae bien a muchos republicanos. De hecho, la mayor parte de las generosas donaciones que ha recibido proceden de empresas que habitualmente apuestan por los conservadores. «Lo ha revuelto todo», se queja a media voz James, camarero republicano en un restaurante de demócratas. «Ahora los republicanos votarán por él en vez de por el candidato republicano».
Las técnicas de Dean
En los últimos días de campaña, Lamont, el favorito de los «bloggers» y los grupos antibélicos, ha sacado de su propio bolsillo otros cuantos millones de dólares -14,7 en total- para financiar la campaña televisiva, y ha resucitado las técnicas de Howard Dean, presidente del partido. Viaja en un autobús bautizado «Levántate por el cambio», visita campus de estudiantes, regala gorras y camisetas, despliega un ejército de voluntarios por las calles y apela a la masa de gente joven que nadie logra motivar.
Sirva como ejemplo Trent Ngui, que todavía no sabe por quién votará. No se identifica con ningún partido -«voto por nombres», dice sin entusiasmo- y decide por cuál «según lo que veo en televisión». Como ella, Joaquín Maldonado ni siquiera sabe cuáles son los temas de campaña que le interesan.
«La gente de entre 18 y 24 años no vota», explica John Celentano, la antítesis de sus compañeros que un día también quiere ser senador. «Se creen que esto no les afecta, y no se dan cuenta de que dentro de tres o cuatro años ellos van a estar en la calle buscando trabajo y seguro médico».
Pese a esa apatía, cerca de dos centenares de estudiantes y maestros llenan ese día el auditorio de la Universidad Comunitaria de Manchester (Connecticut). Lamont, cuyo bisabuelo ya fuera socio del magnate JP Morgan, reconoce tener «aspecto de republicano» pero asegura ser un demócrata de corazón. Su vida de hijo privilegiado ha sido, junto a su inexperiencia política, el aspecto más criticado. El club de campo de niños ricos y blancos al que iban sus hijos, el cuadro de Norman Rockwell por el que pagó más de un millón de dólares... «¿El dinero fue un problema para John Kennedy o Michael Bloomberg?», se revuelve su esposa, Ann Huntress. «Lo bueno es que a mi marido no lo pueden comprar, ni se mete en política para hacerse rico».
Irak puede ser el tema que más importa a los americanos en estas elecciones, según las encuestas, pero es el voto de castigo a Bush, y a Liberman por asociación, el que mueve a muchos. «¿Lamont?», se encoge de hombros uno de los estudiantes más veteranos. «Votaría por Micky Mouse si se presentara contra Lieberman».
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