POR MELVIN MATTHEWS
“Deja que se abran un centenar de flores, deja que un centenar de escuelas se desarrollen y rivalicen”. Mao Tsé-Tung.
Ocho años de gobierno es tiempo conocer el pensamiento político de Leonel Fernández, evaluar sus ejecutorias y determinar si la obsesión reeleccionista que le embarga conviene a los intereses de la nación.
Fernández gobernó el período 1996-2000 y su gestión fue repudiada por el 75% del electorado. Cuatro años después regresó, cabalgando encima de la peor crisis económica resultante de los fraudes bancarios del 2003 y beneficiado por la tozudez reeleccionista de Hipólito Mejía.
A la luz de ambos períodos, Fernández ha legado un estilo personalista y excluyente del consenso, que es reforma garante de la democracia participativa para el siglo XXI.
Conocemos su preferencia por las políticas macroeconómicas, pero también sabemos que es proclive a violar la Constitución y las leyes, insaciable su voracidad fiscal, tiene devaneos internacionalistas y permisividad al dolo y a la corrupción político-administrativa.
A ese estilo se debe el Metro de Santo Domingo. La obra pública más costosa de la historia nacional, cuya inversión inicial se estima en alrededor US2,000 millones de dólares para apenas 14 kilómetros, es uno de esos monumentos a la estupidez y a la megalomanía de algunos Jefes de Estado. Resultante del capricho, el costoso proyecto fue adjudicado grado a grado, y su planificación -desconocida para todos- devino impuesta de forma cuasi dictatorial.
Fernández pisotea la Carta Magna como si, de veras, se tratara de “un pedazo de papel”. Endeudar el país, burlando la aprobación del Congreso, por US130.0 millones de dólares del contrato de la Sun Land, ocultando el destino final del dinero recibido de esa sospechosa operación. Tarde o temprano, la Suprema tendrá que fallar.
De Fernández conocemos, además, sus fracasos en la lucha contra la pobreza, la hecatombe del sistema eléctrico, el retroceso de la educación pública, colapsos en Salud Pública y Seguridad Social, olas alcistas en el costo de la vida, financiamiento de apartamentos de lujo para sus conmilitones, sueldos millonarios a funcionarios y privilegiados, pero salarios de hambre para médicos, maestros, empleados públicos, obreros agrícolas y la quiebra del aparato productivo cuando una crisis alimentaria y petrolera se abate sobre la humanidad.
El plan reeleccionista es una veleidad, adolece de justificación histórica y carece de fundamento político y social. Endiosado en el mercado de tránsfugas y traidores, se autoproclama “el único político capaz de conceptualizar” y el “imprescindible” para continuar más allá del 2012.
Avasalla con la publicidad oficial.
Nada nuevo ofrece Leonel. Reeligiéndolo, se abriría la peligrosa puerta autocrática que hemos cerrado, exponiéndonos a otra reforma constitucional unilateral para restablecer el continuismo indefinido estilo Balaguer y el sistema de partido único, tipo Trujillo. El tiempo de caudillos y tiranos se acabó. Leonel debe perder.
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