El presidente Fernández le ha dicho a Alicia Ortega que no propiciaría una reforma constitucional para permitirse una nueva reelección en el 2012, si ganara las elecciones de este viernes.
Esta sería, afirmó, su última campaña electoral.
¡Estupendo! ¿Pero cómo creerle si él mismo calificó en un programa reciente con los medios del Grupo Corripio que la limitación que impone la Carta Magna al ejercicio de la presidencia es un invento “hipolitista”?
En esa oportunidad condicionó su eventual postulación dentro de cuatro años a las circunstancias, las que él controlaría con el inmenso e ilimitado poder que obtendría de un eventual triunfo en el certamen del día 16.
Y se explayó justificándola de antemano al hecho de que en Estados Unidos, hasta la era de Roosevelt, España y Francia, la reelección ilimitada no ha sido un factor perturbador de la vida política en esas naciones.
El problema consiste en que la reelección, a diferencia de aquellos lugares, ha sido siempre en el país una fuente de corrupción y parasitismo, razón por la cual debemos juzgarla en base a nuestras propias experiencias y no por la de otras naciones desarrolladas con grados de control e institucionalidad que aún estamos lejos de alcanzar.
El contrato de la Sun Land, cuyos detalles el Gobierno mantuvo en secreto hasta que la oposición lo hiciera público, es un ejemplo patético de la verdad oficial sobre los temas de la mayor trascendencia para el país.
El presidente le dijo también a la señora Ortega que nunca se ha opuesto a la reelección, algo difícil de encajar con los documentos existentes.
Con respecto al esquema de reforma constitucional también su opinión ha cambiado.
Es difícil creerle a ciegas a un presidente tan aferrado al cargo y acostumbrado a refugiarse en la ambigüedad, cuando dice que no pretendería quedarse en el Palacio Nacional si estuviera todavía allí en el 2012.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do
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