La columna de Miguel Guerrero

Por Miguel Guerrero / El Caribe

Históricamente la reelección presidencial y el exceso de poder en una sola persona han sido funestos para el país. Y no existe seguridad alguna de que esta vez con el presidente Fernández, si ganara las elecciones del día 16, como podría suceder, las cosas serán distintas.

Nuestro nivel de institucionalidad es demasiado frágil para resistir el embate de la permanencia prolongada de un hombre en el poder.

La debilidad de los demás poderes del Estado termina sometiéndolos al único poder real, el Ejecutivo, alrededor del cual crecen siempre perversas camarillas entregadas al usufructo ilegítimo del patrimonio público.

La reelección es una amenaza real. Quienes no lo ven así están dormidos. Los recursos del Estado usados masiva e indiscriminadamente a su favor durante los cuatro años de la presente administración para algo deben haber servido, en un país lleno de necesidades en que la gente vende su voto por una funda de alimentos para un día y amanece en interminable fila para conseguir un regalo de reyes para los hijos.

Ningún otro presidente en nuestra historia reciente había amado el poder ni necesitó tanto de él para sobrevivir políticamente como el actual.

Balaguer, que es su inspirador, se valía de cuantos recursos podían apelarse para mantenerse el dueño del Palacio Nacional. Pero jamás se fotografió entregando él mismo una caja con una magra ración de alimentos con una leyenda escrita promoviendo su candidatura, como se cansó de mostrarse Fernández.

En nuestro quehacer político, la pasión de poder se ha llevado todo de encuentro.

En esta oportunidad, ni la Constitución, como es el caso del contrato con la Sun Land, ni el presupuesto nacional, con las famosas “nominillas”, han salido airosos. Fernández ha gobernado ya ocho años.

Otros cuatro serían catastróficos para la economía, como ya se está percibiendo, y para la vida democrática.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do