La columna de Miguel Guerrero

Por Miguel Guerrero / El Caribe

El proceso electoral, a punto de concluir, ha dejado de herencia algunas experiencias aleccionadoras. Una de ellas tiene que ver con la forma en que se promueven las candidaturas.

Con frecuencia escucho decir a muchas personas que votarán por el presidente Fernández no tanto por sus condiciones de estadista o por los resultados de su gestión, sino porque “es el menos malo” de los candidatos.

En la radio y la televisión también el tema es motivo de acalorados razonamientos, con una marcada inclinación a la oferta electoral oficialista. En mi humilde e ignorante opinión política se trata de uno de los argumentos más rústicos que he escuchado jamás.

La más débil promoción de una candidatura que se le haya ocurrido a alguien en estos tiempos de incertidumbre.

El voto es algo demasiado importante para que se le degrade de esa manera. Si fuera cierto que todas las candidaturas son malas, la alternativa podría muy bien ser la abstención por parte de los electores.

Mientras los dominicanos concurran a las urnas con ese sentimiento fatalista de verse obligados a escoger a un presidente no por sus virtudes o propuestas, sino por la descalificación de los demás, no podemos aspirar a tener un país con buenas perspectivas futuras, económicas o institucionales.

El peor error en que puede incurrirse ante un electorado consciente o con alguna somera idea de lo que significa el acto de votar, es el de promover a un candidato sobre la base de que hay otros peores.

La insistencia con que se esgrime este pretendido argumento no cabe en mente pensante alguna, ni ayuda a una justa percepción de un candidato.

Equivale a reconocer que nada puede esperarse de un proceso electoral, salvo evitar que entre males se escoja al menor.

De todas maneras, la lógica más simple nos indica que si al menos malo le agregamos el mal de la reelección el resultado será tan malo como el más malo.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do