Freddy Ortiz -
En uno de los encuentros que organiza el Grupo Corripio, compartí la mesa junto a un alto funcionario del Gobierno, con quien en la pasada administración peeledeísta, había conversado brevemente en un aeropuerto extranjero. Al haber transcurrido tantos años sin vernos, mi saludo fue tímido, siendo el suyo muy efusivo, derrochando elogios hacia esta columna y para algunas de mis intervenciones televisivas. Conversamos amenamente y, al final, me entregó su tarjeta con el tradicional “cualquier cosa a tu orden”.
Tiempo después, me llegó una importante información de una entidad internacional que creí sería útil para el funcionario y le llamé, no una, sino diez veces, dejando mensajes múltiples con su secretaria ¡pero nunca recibí respuesta! En lo que definí como “mi última llamada”, dejé claro a su secretaria, que se trataba de algo para su beneficio, no del mío. Ante la altanera mudez del funcionario me he sentido tentado a devolverle la tarjeta con una de esas cartitas picantes y con una simple pregunta: ¿Para qué tanta zalamería y efusivos elogios, además de obsequiarme una tarjeta que no le solicité, si no tendría ni la cortesía de devolver una llamada?
Y refiero este caso personal, porque hace poco dos renombrados ejecutivos de la esfera publicitaria nacional, fueron también irrespetados por altos funcionarios del gobierno, tras haber sido llamados para presentar un proyecto, y luego de haber sostenido varios encuentros (aparentemente fructíferos) con los personeros, jamás les devolvieron una llamada ni recibieron excusa alguna que justificara el abandono del proyecto solicitado.
Para ejemplos, dispongo de otros casos que prueban, en sentido general, la soberbia y engreimiento que arropan a muchos funcionarios oficiales, quizás amparados en el estúpido triunfalismo sustentado por las encuestas, algo que no ayuda al Presidente, ni en su gestión presidencial, ni en sus pretensiones de reelegirse, mucho menos cuando los subestimados y maltratados son personas de alguna influencia en sus respectivos entornos. Estos funcionarios actúan como si “el juego estuviese en la nevera”, tal expresan en su jerga los comentaristas deportivos, olvidando que, en política como en todo, “hasta el día del entierro no se sabe quién es el muerto”, reafirmando lo que decía Yogi Berra de que “el juego no termina hasta que se acaba”.
El autor es publicitario.
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