La columna de Miguel Guerrero

Por Miguel Guerrero / El Caribe

Ignoro si el presidente Fernández ha visto las fotos en los diarios que le mostraron entregando personalmente las cajas con pequeñas raciones de alimentos para un día, o dos a lo sumo, o si alguien en su entorno se ha permitido evaluar el efecto que ellas tienen sobre la imagen del mandatario.

Puedo apostar por lo primero pero dudo que a estas alturas nadie cerca de él se tome el permiso de asumir lo segundo. En el imaginario gubernamental las cosas marchan demasiado bien como para preocuparse por estas cosas.

Pero lo cierto es que para su propio bien alguien debería hacerlo. No recuerdo que otro presidente en ejercicio haya llegado tan lejos. Las escenas del jefe del Estado cargando cajas con lemas electorales en actividades oficiales para entregárselas a familias indigentes, disminuyen la figura presidencial.

Ya no se trata del uso de recursos públicos en actividades de carácter proselitista, como en efecto fueron estos repartos, sino de la dignidad de las más altas funciones de la república.
El Presidente pudo muy bien delegar esa tarea a funcionarios de mediano nivel y suprimido los textos impresos en las cajas, lo cual le hubiera conferido cierto carácter social a la actividad, probablemente con los mismos efectos políticos perseguidos.

El hecho de que el Ejecutivo se encargara él mismo de entregar muchas de ellas a los ansiosos y hambrientos beneficiarios en medio de una campaña por la reelección es inaudito y pudiera ser indicio de la debilidad de una candidatura que encuestas muy cuestionables intentan mostrar de manera distinta.

Los repartos de alimentos han mostrado al país una faceta distinta de la personalidad del Presidente. La prioridad que representa la reelección ha enseñado la cara del político dispuesto a jugársela a cualquier precio.

A fin de cuentas el cargo es lo que importa. Lo demás es poca cosa en un país donde todo se olvida.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do