Por Miguel Guerrero / El Caribe
En diferentes ambientes se han destacado las excentricidades del coronel Hugo Chávez, el insólito presidente de Venezuela, a quien el rey de España mandó a callar, por impertinente, en presencia de casi todos los mandatarios iberoamericanos en una Cumbre celebrada en Santiago de Chile.
El rasgo más destacado de la personalidad de este señor es la dureza con que se expresa al referirse a otros colegas, rompiendo con todos los parámetros conocidos.
La triste realidad para los venezolanos es que el hombre que los dirige carece de control y obviamente de educación.
Los epítetos que acaba de emplear para referirse al presidente de Colombia, país vecino, con el que mantiene relaciones plenas, son impropios no sólo de un mandatario en ejercicio sino de cualquier otra persona que se respete a sí mismo y a los símbolos que representa.
Sólo el buen juicio del presidente Uribe, la más reciente víctima de sus improperios, ha evitado que los exabruptos de este tosco militar degeneren en un conflicto entre las dos naciones.
Llamar “triste peón del imperio”, “cobarde”, mentiroso”, “cizañero”, “maniobrero”, “mafioso” y decir públicamente en un programa oficial del gobierno que Uribe no merece ser presidente de otro país con el cual comparte fronteras y mantiene vínculos de toda índole, es una clara y abierta invitación a un rompimiento de esos nexos.
Chávez terminará aislando a Venezuela del resto de la comunidad internacional si los venezolanos no le ponen coto a los desenfrenos verbales de este jefe militar golpista con pretensiones de revolucionario.
Las emociones, y no la razón, pautan las actuaciones de Chávez. Sus colegas, aunque no lo admitan en público, aceptan que algo no le funciona y que sus reacciones, ante el más mínimo desacuerdo, no son normales.
Yo creo que está de atar. Y por el camino que va lo sacarán con una camisa de fuerza de Miraflores.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do
viernes, enero 25, 2008
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