Servicios Google/Eduardo Posada Carbó. Columnista de EL TIEMPO, Bogotá.
¿Por qué dudan por igual del Estado colombiano como de las guerrillas?
En medio de la incertidumbre, y a la espera de los resultados de las pruebas genéticas sobre la identidad de Emmanuel la semana pasada, The Guardian señaló que "la credibilidad" -tanto del Gobierno colombiano como de las Farc- "estaba en juego". Poco después se comprobaba la arriesgada hipótesis del Gobierno. Sin embargo, la observación del periódico inglés, común en diversos círculos, debería suscitar reflexiones. ¿Por qué sigue siendo recurrente que entre la opinión internacional se dude de la credibilidad del Estado colombiano al mismo nivel en que se duda de la credibilidad de la guerrilla?
Comencemos por examinar dos respuestas que algunos argumentarían de inmediato. La primera nos diría que todavía sobrevive cierto romanticismo revolucionario, dentro y fuera del país, que les sigue extendiendo márgenes de confianza a las guerrillas. Pero en Colombia, por lo menos desde la famosa carta de los intelectuales de 1992, la lucha armada ha sido rechazada por los más amplios sectores sociales y políticos. Los partidos de la oposición, incluido el Polo Democrático, la condenan. Tampoco creo que en el exterior las Farc o el Eln motiven mayores simpatías, con la excepción de algunos sectores generalmente marginales. No podía ser de otra manera: sus prácticas miserables, como el secuestro y otras acciones de violencia y terrorismo, son universalmente aborrecidas.
La segunda respuesta nos señalaría las faltas del Estado colombiano -como las violaciones de derechos humanos o los vínculos de agentes estatales con las barbaries de los paramilitares-. Imposible negarlas. El mismo Estado las ha reconocido. Esas faltas condenables, por supuesto, minan la legitimidad -y, por consiguiente, la credibilidad- del Estado. Pero es necesario distinguir. Por su complejidad organizativa, su naturaleza dinámica o sus grados de representación social, el Estado colombiano no es equiparable a la estructura militar y tiránica de las guerrillas. Jesús Antonio Bejarano advirtió sobre la falsedad argumentativa del "juego de las ilegitimidades": no es correcto poner en la misma balanza "las acciones delincuenciales de la guerrilla y las acciones que en una democracia imperfecta... puedan cometer agentes del Estado".
Ambas respuestas serían, pues, insatisfactorias. ¿Cómo explicar entonces que la opinión mundial dude por igual con tanta frecuencia tanto del Estado colombiano como de las guerrillas? Aventuro una hipótesis y sugiero una estrategia.
La hipótesis: la falta de credibilidad internacional del Estado colombiano en ciertos sectores no se debe tanto a sus errores (que los ha habido, claro) como a la falta de un discurso efectivo y articulado sistemáticamente en una política externa más consistente e imaginativa. Negar la existencia del conflicto armado -una insistencia del discurso gubernamental- no es creíble en ningún lado. Las vehementes condenas del Gobierno contra las guerrillas son justas y sirven para animar las tropas, pero repiten lo obvio, condenan lo ya condenado y lo que pocos ponen en duda. El Gobierno no necesita convencer al mundo de los horrores de las Farc, sino de la legitimidad de las políticas gubernamentales. Ello exige otro discurso, más elaborado y ponderado, y menos apasionadas improvisaciones retóricas.
¿La estrategia? Un frente común entre Gobierno, oposición y sociedad civil, basado en un pacto nacional por la paz, contra la violencia y el secuestro. Las repetidas confrontaciones entre Gobierno y oposición, y sus acusaciones de recíproca deslegitimación, no solo desfavorecen a ambos, sino también al Estado y, por consiguiente, a toda la sociedad. Como expresó recientemente un editorial de El Heraldo, al lamentar la falta de un acuerdo contra el secuestro: "Hasta ahora es de las pocas cosas que no hemos hecho para acabar con ese flagelo". Una política concertada sería, además, más efectiva para encontrar pronta solución a tan gravísimos problemas.
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