por Ana María Sanjuán
El elemento central en el proyecto bolivariano de Hugo Chávez es la política exterior, mediante la cual hace una crítica radical y agresiva contra el neoliberalismo y la globalización. Más nacionalismo en lo interno, más Estado e independencia de Estados Unidos en la región y mayor demanda de energía son factores que fundamentan la actual agenda internacional de Venezuela.
La política exterior es un elemento central en el proyecto bolivariano de Hugo Chávez, quien ha practicado un hiperactivismo internacional, y en sus dos periodos presidenciales (1999-2000, 2000-2006) e inicios del tercero (primer semestre de 2007) ha realizado 162 viajes fuera de Venezuela, más de la mitad a América Latina, lo que revela su interés por estrechar los lazos con la región.
Más nacionalismo en lo interno, más Estado e independencia de Estados Unidos en América Latina y mayor demanda de energía son los factores que dan fundamento a la actual agenda internacional de Venezuela. Chávez realiza, por medio de su política exterior, una crítica radical y agresiva contra el neoliberalismo y la globalización, al tiempo que considera que, con la integración del Sur, la globalización capitalista puede ser derrotada. Los temas que atraviesan transversalmente la política internacional de Venezuela en este periodo son: la promoción de la Alternativa Bolivariana para las Américas (alba); la cooperación internacional; el desarrollo del Sur; la reivindicación social de los excluidos; los principios de la democracia participativa; la promoción del altermundismo, y un uso cooperativo y solidario de la energía en el sur del continente y en el Caribe, y racional, por decirlo así, en el resto del mundo.
En sus relaciones regionales Venezuela se mueve en dos carriles: la diplomacia social, a través del alba, y la diplomacia petrolera, a través de una serie de organizaciones y acuerdos ad hoc; es decir, mediante la creación, o propuesta de creación, de entidades o asociaciones estratégicas como Petroamérica, Petrocaribe, Petroandina y Petrosur. El alba es la contrapropuesta venezolana y cubana frente al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), fundada en 2005, que consiste en la suscripción de acuerdos entre Estados para la integración de los pueblos, con base en los principios de solidaridad, cooperación, complementariedad, reciprocidad y respeto a las soberanías nacionales, y cuyo objetivo es desarrollar un modelo de integración a partir del desarrollo endógeno y soberano de los pueblos, una estrategia común en la lucha contra la pobreza y la exclusión social, y el desarrollo de mecanismos de cooperación para la reducción de las asimetrías entre los países del hemisferio. Además de Venezuela y Cuba, los países que pertenecen al alba son Bolivia, Nicaragua y Haití, y Ecuador e Irán como observadores.
Hasta ahora, en el marco del alba, se ha adelantado una serie de programas sociales y de cooperación como la Misión Milagro (cirugías en Cuba para la recuperación de la vista de más de seis millones de latinoamericanos); la formación de médicos comunitarios en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), que funciona en Cuba con financiamiento mixto de Venezuela y Cuba y cuyo objetivo es titular a 200000 médicos antes de 2015; otorgar préstamos con bajos intereses para pequeños empresarios y agricultores a través de las embajadas de Venezuela en cada uno de los países miembros del alba, y la promoción del programa de alfabetización cubano "Yo sí puedo", mediante el cual la UNESCO declaró en 2005 a Venezuela territorio libre de analfabetismo.
En lo que respecta a la integración energética, la nueva visión geopolítica y geoestratégica de las relaciones internacionales venezolanas, basada en la energía disponible en el país, tiene como objetivo reducir la dependencia de los centros del poder petrolero transnacional, así como la diversificación de los mercados y nuevas fuentes de inversión y tecnología, además de la participación de nuevos actores económicos. Desde 2000 se han suscrito los siguientes convenios: Acuerdo de Cooperación energética de Petrocaribe (integrado por 14 países, actualmente en pleno financiamiento de la producción petrolera de los países miembro, lo que representa una cifra de 17000 millones de dólares en 10 años, con dos años de gracia, incluidos también dos grandes proyectos de refinación en Cuba y Jamaica); Acuerdo Energético de Caracas (2000), y los nuevos tratados de Seguridad Energética -- provisión, garantía de suministro e intercambio de petróleo, gas, electricidad y energías renovables -- de 2007, firmados recientemente con Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Petrocaribe. Actualmente, y según la OPEP, Venezuela exporta 36% de su producción petrolera a América Latina, un aumento de 112% desde 2004, lo que significa que está diversificando sus mercados en el hemisferio, más allá de los compromisos energéticos que ha adquirido con China y otros países asiáticos.
Relaciones bilaterales y multilaterales
No obstante la inflamada retórica y la percepción internacionales, el país no ha dejado de pertenecer a todos los órganos multilaterales regionales, hemisféricos y globales y, pese a crisis puntuales, como las atravesadas con México y Perú, no ha habido ruptura de relaciones con ningún país de la región. Venezuela preside desde abril de 2007, y por un año, el Consejo Permanente de la OEA, organismo en el que promociona la Carta Social de las Américas, instrumento equivalente a la Carta Democrática.
Sin duda, Venezuela se ha propuesto el desarrollo de un proyecto alternativo de integración que supone, en principio, el incremento del comercio y la complementariedad económica con otros países de la región, y el ejercicio de diversas formas de cooperación con países con menos recursos o con capacidades limitadas de desarrollo. Es notable la modificación, a partir de 2000, de la balanza comercial con Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Chile, México y Perú. En el caso de Argentina, el comercio binacional se incrementó 800% en tres años. Se mantiene una suerte de diplomacia extrainstitucional de intercambios con grupos sociales y populares altermundistas, no sólo en Argentina sino también en Brasil, Colombia, México y Perú.
Para Venezuela, las agendas bilaterales más importantes en esta coyuntura corresponden a Colombia, Cuba y Estados Unidos. Las relaciones con Cuba son ideológicas y pragmáticas a la vez. Desde 1999, han establecido importantes mecanismos de cooperación y complementación, que van desde el suministro petrolero venezolano (95000 barriles diarios) hasta un apoyo estratégico cubano al Estado venezolano en el área de redistribución social, a través de las misiones, desde su concepción hasta su puesta en marcha y mantenimiento.
En el caso de Colombia, la relación se ha tornado estratégica, aunque también es ideológica. Es interesante observar cómo acontecen las relaciones entre los países de la región más antagónicos en lo ideológico. La agenda binacional la integran el comercio, la cooperación en materia energética y las externalidades negativas del conflicto interno colombiano.
Los conflictos, aunque recurrentes y por diversas causas, son contenidos con eficacia a través de la relación personal entre ambos presidentes. Un aspecto que podría variar el carácter de las relaciones binacionales es el de los acuerdos de complementación energética firmados en 2005, que las convierte en un plazo muy corto en relaciones estratégicas, por lo que el nivel de conflictividad latente debería variar o buscar canales alternativos de solución, dada la extrema dependencia mutua que ambas naciones tendrán.
Por su parte, las relaciones con Estados Unidos son bipolares, aunque imprescindibles para ambos países. Revisten una elevada complejidad en su manejo debido a la alta interdependencia económica y comercial que crece a la par de una retórica política antagónica absolutamente desproporcionada.
La crisis de las relaciones alcanzó su punto máximo en 2002, cuando Venezuela acusó a Estados Unidos de participar en el golpe de Estado de abril. Desde entonces no se han recuperado. Las posibilidades de contactos de más alto nivel entre ambas administraciones son escasas y, como es obvio, sigue primando la desconfianza más absoluta, un maniqueísmo ideológico y una creciente hostilidad. La agenda negativa construida por Estados Unidos contra Venezuela está conformada por: la falta de cooperación en el combate contra las drogas, el terrorismo y tráfico de personas; la repontenciación del parque militar y la no participación de la Fuerza Armada Nacional (FAN) en las operaciones militares conjuntas Para Venezuela, la agenda negativa la conforman la intervención en el golpe de Estado de 2002; el bloqueo por causas fútiles o falsas por parte del gobierno estadounidense para la reparación y mantenimiento de los F-16 de la Fuerza Aérea Venezolana adquiridos en 1983; el bloqueo para la adquisición de equipos militares en España, Brasil y otros países, y la creación, en agosto de 2006, de una oficina de la CIA para el acopio de información sobre Venezuela. Para contrarrestar las agendas negativas, ambos países despliegan una serie de actividades de diplomacia paralela. Por parte de Estados Unidos existe, a través de la Fundación Nacional para la Democracia (NED, siglas en inglés de National Endowment for Democracy), del Departamento de Estado y de USAID, un importante financiamiento para algunas de las actividades de grupos opositores al gobierno en Venezuela. Por parte de Venezuela, se han desarrollado programas de cooperación locales, específicamente en torno a la energía.
En lo comercial, sin embargo, las relaciones siguen un curso totalmente distinto. Pese a la reducción venezolana de las exportaciones de crudo y derivados petroleros desde 2002 a 2006, que pasó de 1.24 millones de barriles diarios a 993200, la dependencia entre ambos países sigue siendo alta, con lo que aumentan notablemente los costos de cualquier escalada más allá de la retórica.
Por último, se encuentra la participación de Venezuela en los bloques subregionales sudamericanos. En el caso del Mercosur, queda en claro que Venezuela, con su ingreso pleno en 2006, aspiraba a cambiar el perfil político del bloque, contando con la nueva orientación de los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay. Desde finales de 2004, cuando Chávez comenzó a otorgar una mirada estratégica a la adhesión al Mercosur, el país se transformó, en términos discursivos, políticos e institucionales, en decididamente un "Sur optimista", lo que quiere decir que Venezuela no ve otra posibilidad de un crecimiento regional económico sustentable, ni de una inserción internacional más justa en el plano global, si los países no operan como un bloque cohesionado en lo político.
Sin embargo, varios elementos han retardado este ingreso, generando un conjunto de dudas sobre las posibilidades reales de resolución de este tema crítico, que sin duda tiene algunos factores estructurales además de trampas coyunturales. Primero, las asimetrías recurrentes dentro del bloque, más que resolverse, se profundizarían con el ingreso de Venezuela que, como se sabe, dispone de amplias reservas energéticas que le otorgan un músculo financiero muy potente y necesario para la integración. Sin embargo, su capacidad industrial y económica en otras ramas es histórica y crecientemente débil, factor que se extendería aún más al cumplirse la firma de todas las transacciones y acuerdos aduaneros reglamentarios para la pertenencia al bloque. Segundo, si bien en lo que va del siglo en la zona se intenta superar o complementar el regionalismo abierto de los noventa, no está claro en qué mecanismos de integración operará, lo que favorece aún más una fuerte competencia, en ocasiones hasta desleal, entre los mismos miembros del bloque. Tercero, están las visiones políticas convergentes aunque no necesariamente coincidentes de los países miembro sobre temas esenciales, como las relaciones con Estados Unidos, el tipo de integración energética, el peso y función del Estado en las economías y la concepción de la democracia.
El imaginario de Chávez
La política exterior de Chávez constituye esencialmente, en el marco de un discurso antihegemónico de nivel global, una propuesta alternativa de integración regional, en la que lo político privilegia a lo económico y en la que la energía es una de las herramientas que se emplean para llevar adelante sus metas estratégicas.
A partir del recuento realizado, es pertinente intentar responder tres interrogantes sobre la agenda internacional de Venezuela hoy, y sobre su actor fundamental, el presidente Hugo Chávez Frías. La primera, sobre la verdadera naturaleza de sus cambios; es decir, si dicha agenda difiere de las anteriores y en qué temas y políticas. La segunda, si la política exterior está dando los resultados previstos o alcanzando los objetivos propuestos para el país. La tercera, dada la polarización nacional, regional e incluso global sobre el tema Venezuela, si en todos esos ámbitos el imaginario sobre Chávez se corresponde más con realidades o estereotipos.
En cuanto al primer interrogante, un análisis sobre las diferencias y semejanzas con periodos anteriores muestra importantes continuidades de políticas y de desempeño, en especial el recurrente protagonismo venezolano en un escenario de precios elevados de los energéticos. Sobre el segundo, la respuesta es necesariamente crítica: los altos precios de los energéticos la han hecho más autónoma económicamente, pero a su vez han llevado a niveles nunca vistos la "enfermedad holandesa" [tendencia a tener sobreabundancia de divisas], que conduce al país a nuevas vulnerabilidades y retrocesos que se han profundizado con una alta dependencia de las importaciones, uno de los patrones más perversos de la economía venezolana, su tercerización.
Sobre el objetivo de proyectar a Venezuela como centro de poder, los resultados son mixtos. Venezuela es más visible en la región y desempeña un papel estelar en la trama energética, pero la puesta en escena maximalista de la propuesta de Chávez despierta resquemores incluso de aliados y amigos, toda vez que Venezuela suele confundir táctica con estrategia, sobre todo frente a Estados Unidos, suponiéndose, aunque los hechos demuestran lo contrario, que todos los países latinoamericanos tienen las motivaciones y/o las posibilidades de mantener un comportamiento similar o equivalente frente al hegemón hemisférico.
En lo que atañe al imaginario sobre Chávez, vale decir que su liderazgo carismático, cesarista, popular y nacionalista, basado en una mezcla de principios cristianos, bolivarianos, marxistas, militares y latinoamericanistas, se ha sobrestimado dentro y fuera del país. Chávez ha contado, para el desarrollo de su liderazgo alternativo, con una extraordinaria oportunidad: el declive del liderazgo estadounidense en la región, que ha ido de la mano del incremento abismal del precio de los energéticos. Asimismo, potenció al máximo sus fortalezas, como su poder de comunicación dentro y fuera de Venezuela y su audacia e irreverencia ante el establishment. Algunos de los resultados obtenidos por la política exterior podrían demostrar que la influencia de Chávez es más mediática que real, y que en ocasiones se estructuran o desestructuran con Venezuela relaciones basadas más en supuestos que en realidades.
Fortalezas y debilidades
Concluiremos brevemente con las fortalezas y las debilidades de la actual política exterior venezolana. Dentro de las primeras debe incluirse: el nuevo impulso a la integración regional y a modelos alternativos de relaciones Sur-Sur; la permanente visibilidad de nuevos temas y actores (la importancia política de lo social, así como de los excluidos y marginados); la apertura del debate sobre temas que se consideraban cerrados (beneficios y costos de la globalización, necesidad de democratizar las relaciones internacionales); el replanteamiento geopolítico del tema energético y su uso de manera cooperativa y solidaria con los países más pobres de la región; mayor independencia del centro de poder hemisférico, y la apertura hacia otros centros, como China, India y Rusia.
Entre las debilidades, cabe señalar las siguientes: los desplantes ideológicos tan reiterados e innecesarios, no sólo ante Estados Unidos sino también dentro de la región; el excesivo e inmanejable personalismo, a veces muy costoso para el país; las alianzas de riesgo, tanto por su significado como por su resultado (por ejemplo, las que se desarrollan crecientemente con Irán y Bielorrusia); la confusión en determinadas coyunturas de aliados y amigos con adversarios o enemigos; el intento de que la región adopte como pensamiento único el antiimperialismo o el socialismo, y la profundización económica de la dependencia del país, en especial de Estados Unidos, no obstante la autonomía financiera y la inflamada retórica al respecto.
Los objetivos venezolanos de cambios en el tablero regional y global, de mayor justicia social y de conceder poder a los relegados políticos y sociales, pasan por la construcción de alianzas estratégicas sólidas y duraderas y no circunstanciales o interesadas, y deben hacerse con la región, no en contra ni a pesar de ella. Para eso, es necesario que Venezuela se despoje también de sus propios prejuicios en cuanto a cómo conducir los procesos regionales e, incluso con el potencial de que dispone, entender que la región tiene sus propios ritmos, historias y agendas de corto y mediano plazos, que responden a las coyunturas internas de cada uno de los países. El salto a la integración sudamericana y latinoamericana requiere que todos los países aporten, disposición, audacia, independencia y generosidad para lograr la conciliación de intereses nacionales, políticos, económicos y sociales tan desiguales.
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