DIÓGENES CÉSPEDES
El primer sintagma del título de este artículo pertenece a un conocido bolero de Juan Lockward y el segundo sintagma dice: se presenta en vida. No escatimo esfuerzo para poner adivinanzas o simbolizaciones a los lectores en esta época de incultura globalizada, no vaya a ser que se salga de noche una reina de belleza. Pero el segundo sintagma es el dilema tan grande que se le presenta a Danilo Medina, uno de los grandes dirigentes del Partido de la Liberación Dominicana, contramaestre de campo de Leonel Fernández en las dos elecciones ganadas por el hombre de Villa Juana en 1996 y 2004.
El hombre de Arroyo Cano se había tallado hasta 1994 una carrera política impecable en el partido que fundara el incorruptible Juan Bosch cuando recibió el beneplácito de Joaquín Balaguer para suceder en la presidencia de la Cámara de Diputados al catorcista histórico y comandante constitucionalista Don Norge Botello.
Aunque a Balaguer poco le importaba el poder de la Cámara de Diputados, hay que concluir en que, no obstante la gran crisis con el fraude electoral de 1994, tanto Botello como Medina debieron resultarles a Balaguer extremadamente confiables para soltarles esa poltrona y que no se le creara un tremendo malestar en el interior de los cuadros reformistas que ambicionaban esa posición. Pero Balaguer obró como aconseja Lampedusa en "El gatopardo", ceder posiciones para que todo siga igual. Balaguer sabía que el verdadero poder residía en el control del Senado y la Suprema Corte de Justicia y que esos muchachos podían ser controlados perfectamente, ya que el trujillismo solamente se comprobaba que se era honesto cuando a alguien se le encomendaba el manejo de fondos públicos.
Pero sucede que en la política como en la sexualidad no se da nada gratis. Roland Barthes lo demostró para la sexualidad al analizar la noveleta de Balzac titulada "Sarrasine" (México: Siglo XXI Editores, 1980) y concluir en que bastaba con que el personaje principal de la obra, el castrado Rafael, entrara en contacto con los seres humanos para dejarles sumidos en un campo de castración del cual jamás podrían liberarse.
La castración sexual deja un frío y un contagio en el alma - Barthes le llama pandemia - de los cuales nadie se repone. El correlato de la castración sexual en política es la corrupción. Ésta deja una marca o un frío en la conciencia del sujeto que éste no se repone jamás y termina los días de su vida inventando justificaciones para hacerles creer a los demás que la riqueza ha sido bien habida. El sujeto corrupto queda sumido en la soledad y cree que con el dinero compra compañía y es el último en enterarse que es corrupto: su familia, los hijos en el colegio y en la vida social quedan aislados y un cotilleo se esparce en los ambientes donde se mueve el ladrón del erario.
La corrupción no es solamente el robar dinero bajo las mil caras o subterfugios que ofrece el poder, sino también practicar a manos llenas el clientelismo y el patrimonialismo, los dos pilares que han impedido que desde 1844 hasta hoy exista en nuestro país, con los requisitos de sociólogos, juristas y economistas, una nación y un Estado verdaderos, como decía Lugo y lo repitieron hasta el cansancio quienes hasta 1967 trataron el tema.
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