El sábado 26 fue el onomástico de Juan Pablo Duarte, y tengo en este momento una confusión mental de si dicho gran señor fue el libertador de un pueblo o un iluso soñador de imposibles.
Tuvo la suerte de viajar y estudiar siendo muy joven por las grandes ciudades de Europa, y llegó al país con las ansias de libertad que allí bullían e ideó, junto a 9 otros soñadores, liberar a esta media isla de la dominación haitiana de 21 años.
Creó una sociedad secreta, tuvo que vivir al salto de la pulga, y para cuando aquella noche se disparó el trabucazo que unos dicen fue accidental, él estaba expulso y pobre, pues había sacrificado todo sus bienes y los de su familia en pos de la patria.
Desconocido por más de la mitad actual de los ciudadanos de este paisaje creado por su visión y sacrificio, tuvo que exiliarse en Venezuela junto a los de su familia que aun vivían, ser maestro en la zona selvática, tener para mal vivir una fábrica artesanal de velas y morir en la miseria, desconocido, habiendo dejado una patria para que cada nuevo incumbente, que se sacrifica y sienta en la silla de alfileres, la deprede y la envilezca.
No me quedan dudas de que Duarte fue un iluminado y como dijo un sobrino cuando desde el Placer de los Estudios era devuelto por donde vino: “Mi tío me advirtió que este era un pueblo de malagradecidos”.
Iluminado sí, porque se dio cuenta a tiempo y no volvió, pero en nuestro afán de vivir de glorias ajenas, algunos ilustrados quisieron enmendar fuera de tiempo nuestra nefasta conducta y trajeron sus huesos que hoy descansan en el marmóreo “Altar de la Patria”, donde he sido mudo testigo de francachelas de cuidadores con jóvenes de paso, del mal olor a orines por carecer de baño.
De una loca que se evacuaba en sus jardines. Ojala que esto haya cesado.
Desearía que permitieran que al menos sus huesos, que no son venerados, puedan abonar la tierra que tanto amó, ya que sus principios e ideales, como ruiseñores y colibríes, se quedaron entre flores en la selva venezolana, pues fueron estorbo desde Santana hasta los que hoy viven ordeñando la patria común, y si lo recuerdan, es por el Duarte que aun devaluado, uno arriba de otro, los enriquece sin tener que agotar los duros trabajos de todo hombre decente, como cosecha gratuita de lo que a él lo empobreció y decepcionó.
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