La columna de Miguel Guerrero

Por Miguel Guerrero / CDN

El presidente Fernández ha declinado el debate con los demás candidatos por estimar que no reúnen condiciones para situarse a la altura en que él se ubica. No ha sido esta la primera vez que el mandatario descalifica a sus contrincantes, ni será tampoco probablemente la última.

El argumento del señor Fernández no es razón suficiente para eludir un reclamo que una buena parte de la sociedad organizada del país ha estado planteando, ni constituye un buen aporte a la feliz marcha del proceso por cuanto introduce un elemento de fricción en un ambiente ya caldeado.

Como jefe del Estado y líder de la nación está obligado moral y constitucionalmente a garantizar la transparencia del proceso, especialmente por el hecho de que su candidatura a la reelección y el uso desmedido y abierto de recursos estatales en provecho de su candidatura, crean un factor de perturbación electoral.

Si el presidente de la República no respeta a los demás candidatos, no puede esperarse que a él se le respete.

Pretender que sólo él tiene condiciones para dirigir al país es un preocupante indicio del camino por el cual el culto excesivo a su personalidad nos está indicando.

Pudiera ser que el dominio escénico del mandatario, su perfecta dicción y su experiencia de dos mandatos le otorguen una ventaja sobre sus oponentes que no se quiera arriesgar en un debate.

Pero creerse por encima de los demás no parece propio de un hombre venido de la izquierda y de estratos sociales de bajos ingresos.

Además, esa ventaja relativa le pone en situación privilegiada sobre sus contrarios por lo que no se explica su renuencia a una discusión cara a cara de los asuntos vitales de la nación.

Más incluso que sus contrarios, el presidente debe demostrar en un debate que su discurso tiene más sentido que esa frase vacía de “para seguir con el progreso”, que él repite como una letanía sin más ofertas

Miguel Guerrero es escritor y periodista
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