POR RADHAMÉS GÓMEZ PEPÍN
Hace poco vi por CNN al presidente George W. Bush dirigiendo -batuta en mano- una banda militar de música que tocaba una marcha muy conocida y popular, pero de cuyo nombre no puedo acordarme.
Lo hacía con la misma destreza con que, por ejemplo, yo podría dirigir un conjunto típico de güira, tambora y acordeón que tocara Compadre Pedro Juan, La Mala Maña o Juana Mecho.
Y mientras veía a Bush en sus afanes musicales, pensé cómo es posible que una persona con tan grandes culpas pueda siquiera parecer feliz al menos durante un minuto de cada día.
¿Acaso no le molestan las miles de muertes en Irak y todos cuanto han caído como consecuencia de la histeria antiterrorista que se ha encargado de inyectar por el mundo?
Pero no sólo Bush debe sentir al menos un dolorcito de estómago al pasar balance de su vida, sino esos individuos de los cuales desgraciadamente tenemos tantos por aquí y que matan un ser humano como si se tratara de un insecto.
¿Cómo deben de estar los dos individuos que asesinaron anteanoche en Los Mina Viejo a una joven pareja de esposos para quitarles el vehículo y escapar de una multitud que los perseguía porque habían perpetrado otro atraco?
¿Vieron esos asesinos por la televisión a los pequeños hijos de esa pareja y a toda su familia mientras lloraban sin que pudiera encontrarse algo para calmarlos?
A mí no me venga nadie a hablar de derechos humanos ni de organizaciones parecidas que se prestan a ser cobijas de asesinos y maleantes, en aras de un respeto a la dignidad que esos asesinos son los primeros en violentar.
No puede haber conmiseración de ninguna especie para quienes hacen del crimen su sistema de vida, sin importarles para nada quiénes son sus víctimas ni cuáles serán las consecuencias de su accionar de delincuentes.
Hay que reformar las leyes que sean necesarias para castigar el crimen en su merecida dimensión. Pero mientras esto se produce, hay que combatirlo con cuanto tengamos a manos y algo más.
Creo que ha llegado el momento de dejar la costumbre de buscar autoridades culpables en cuanta represión se ejecute contra el delito. Eso, voluntaria o involuntariamente, sólo sirve de estímulo a la delincuencia.
Y es mucho peor, y hasta cierto punto incomprensible, cuando la censura despiadada a las autoridades parte de entidades o representantes directos del Estado.
Eso es lo mismo que jugar con candela mientras se quema nuestra propia casa.
También es una de las peores maneras de querer ser simpático o de estar bien con todo el mundo.
Eso es pura mitología. Un sueño irrealizable.
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