PEDRO GIL ITURBIDES
¿En qué momento un guía de gentes marcha hacia lo desconocido, tal vez hacia un abismo, llevándose en pos de sí a aquellos a quienes conduce? Jesús hizo un ejercicio de motivación intelectual destinado a despertar la conciencia de las gentes sobre este particular enigma. Para estimular la perspicacia individual y social no se valió de un profundo y prolijo sermón. Por el contrario, recurrió a un brevísimo pero elocuente relato contenido en dos simples interrogantes.
Conforme lo cuenta san Lucas, preguntó a la multitud que lo escuchaba cerca de Cafarnaúm: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en algún hoyo?”. El fenecido Donald Reid Cabral encabezó la segunda versión del Triunvirato, el régimen creado tras el golpe de Estado que depuso al Presidente Juan Bosch. Esa administración no se distinguió por su probidad y manejo racional del gasto público. Elevó los gastos corrientes, generando las primeras formas de desequilibrio fiscal, vividas en más de veinte años. Los niveles de corrupción, enfrentados por un Joaquín Balaguer exiliado, generaron descontento e inquietud social.
Una política monetaria equívoca nos colocó a las puertas del Fondo Monetario Internacional (FMI), que inició sus primeras presiones destinadas a devaluar la moneda. Si esa administración no asumió esas recomendaciones fue más por temor a las repercusiones de un paso de esta naturaleza, que a prudencia política. Esta falta de ponderación fue notoria no únicamente en cuanto se lleva escrito, sino en el tratamiento seguido a la renuncia del recordado amigo Dr. Ramón Tapia Espinal.
Ocurrida esta dimisión, unos periodistas cuestionaron a Reid Cabral sobre la recomposición del Triunvirato. Con más sorna que ponderación, respondió que el otro triunviro, el Dr. Ramón Cáceres Troncoso, valía por dos. Casi al final de su ejercicio de facto, a poco del inicio de la guerra civil, se designó Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, en lugar del general Víctor Elvis Viñas Román. Este autonombramiento, inusitado sin duda alguna tras la desaparición de Rafael L. Trujillo, reiteraba, en otros términos y nivel, lo afirmado respecto de que el triunvirato de tres podía ser un organismo de dos.
En realidad, todo cuanto se hacía condujo al gobierno, y al país, hacia la catástrofe. La ceguera política determinó el movimiento de abril, una guerra intestina que, a su vez, determinó por circunstancias propias de la guerra fría, a la segunda intervención estadounidense en suelo dominicano en el siglo XX.
Don Horacio Vásquez sufrió por igual de ceguera política. En 1926 permitió la campaña que condujo a interpretar que su elección no se produjo bajo los términos de la Constitución de 1922. El salto legal que dieron sus áulicos enseñó que la ley no era más que papel. Y a poco, Rafael L. Trujillo utilizó ese papel para ir al baño. Treinta y un años explican por qué la ceguera política es mala consejera.
Jesús se dirigió a sus discípulos en una oportunidad para enseñarles que el servicio es una misión. A ellos dijo que “el más importante entre ustedes tiene que hacerse como el más pequeño, y el que manda tiene que hacerse como el que sirve”. Porque de otro modo, cualquier gobernante puede precipitar a todo un pueblo, al abismo.
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