La columna de Miguel Guerrero

Por Miguel Guerrero / El Caribe

¿Por qué habría de resultar extraño que fuéramos clasificado entre el grupo de países incapaces de cumplir con los objetivos del milenio en el área de la educación, como lo seremos probablemente también en la salud y el medio ambiente, si al cabo de casi medio siglo de relativa práctica democrática no hemos podido resolver siquiera el problema de la basura y el suministro de agua a la población?

¿Por qué nos alarmamos cuando se habla de nosotros como un estado fallido, si casi nada aquí funciona, si las instituciones democráticas son tan débiles como siempre; las leyes no se cumplen y es el clientelismo, y no las necesidades reales del país, lo que norma la vida política nacional? Si gobierno tras gobierno, asuntos tan elementales como la organización del tránsito vehicular continúa siendo un fuerte dolor de cabeza para la nación, ¿cómo podemos pretender que haya mejorado la educación pública, hoy tan mala como en los peores momentos, y los hospitales sirvan para curar enfermos y no almacenes de seres dolientes?

La economía crece, no hay duda de ello, pero la mayoría de la población no encuentra razones para ver en ello una ventaja, porque las deficiencias de los servicios y el estancamiento de las oportunidades en el ámbito social y económico no les permiten beneficiarse de ese hecho.


Tenemos más universidades, centros comerciales, torres relucientes y otros signos de adelanto cambian la fisonomía de nuestras ciudades, los aeropuertos se modernizan y el internet se adueña de la rutina diaria.

Pero con ellos conviven en apretada armonía señales de una pobreza espantosa que añade cada día a decenas de familias, sin oportunidades de romper esa herencia que las condena hasta la muerte. Una mirada al espectro político nacional, a meses de las elecciones, no permiten alentar esperanzas de cambios verdaderos. ¡Quiera Dios que no se nos agote esa vía!

Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do