Por Juan Tokatlián
Es imperioso elaborar una 'gran estrategia' internacional, un mapa de ruta para la reinserción mundial de Colombia.
No existe hoy en el mundo un país intermedio -en tamaño, recursos, atributos, valor- que, siendo una potencia regional, sea externamente tan vulnerable como Colombia. Es también un caso singular el que una nación con esa vulnerabilidad, pero con poderío relativo, como tiene Colombia, haya optado por no tener política exterior: Bogotá ha escogido, en este y en gobiernos anteriores, un modelo de inserción externo caracterizado por lo que hace unos años un "colombianólogo" estadounidense, Bruce M. Bagley, llamara el "enanismo auto-impuesto".
Ese modelo tiene características distintivas. Primero, concibe el mundo como una arena en la que el mayor dividendo colectivo pasa por la política de plegamiento a Estados Unidos. Con Uribe, esa mirada al polo se exacerbó y exageró; no se inauguró. El alineamiento hace innecesaria la diplomacia: sólo hay que seguir a Washington. No hay hoy país medio -y ese es el rango real de Colombia- que escoja alinearse totalmente con E.U.: todos buscan estrategias combinadas de acercamiento puntual y disenso específico. En el fondo, Bogotá sueña con una "relación especial" con Washington, que ni es recíproca ni viable; incluso, es dudoso que sea deseable.
Segundo, se repliega del ámbito regional, abandonando toda iniciativa. Los mayores desafíos y oportunidades de Colombia están en su vecindad. Debiera ser inadmisible no desarrollar, como prioridad vital y por todos los medios posibles, una relación estrecha y positiva con Venezuela -con o sin Chávez en el poder-. A estas alturas, es también incomprensible no tener una capacidad de interlocución privilegiada con la única potencia emergente global que opera en el área: Brasil. Es igualmente sorprendente que el caso que se decide en el Tribunal de la Haya y que involucra aspectos de la soberanía nacional y las relaciones con Nicaragua sea objeto de un tratamiento sigiloso más que de una labor pedagógica hacia la ciudadanía. Colombia ingresó al siglo XX con el trauma de Panamá; es importante comenzar el siglo XXI sin la sensación de otra eventual frustración.
Tercero, se mantiene una Cancillería agonizante. Ha sido una constante que se profundizó en los últimos años la preservación de un ministerio de Relaciones Exteriores débil, excesivamente politizado y desabastecido. Esa práctica es disfuncional en las actuales circunstancias de la política interna y mundial: agrava la desinstitucionalización, dificulta la plena defensa de los intereses nacionales y refuerza la subordinación a presiones externas indebidas.
Cuarto, se rehúsa el aprendizaje. Por ejemplo, la política en materia de drogas debiera replantearse después de décadas de victorias pírricas y derrotas estratégicas. El Asia se está convirtiendo en un actor cada vez más gravitante de las relaciones internacionales y el país está perdiendo las oportunidades derivadas de ello. Mientras persiste al conflicto armado interno será dudoso proyectar mayor influencia externa.
En este contexto, es imperioso evaluar el rumbo de la política exterior de Colombia más allá de la presente administración. Sería aconsejable convocar una comisión de estudio mixta -académica y sociopolítica- para que le entregue al país un mapa de ruta para su reinserción mundial.
Se trata de contar con un instrumento que sirva de guía al Estado y a la sociedad para que Colombia pueda implementar una gran estrategia internacional -una grand strategy en clave anglosajona-.
De lo contrario, la vulnerabilidad se transformará, más temprano que tarde, en una peligrosa combinación de desprotección y aislamiento.
* Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés (Argentina)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario