La primera mujer que llegó por dos veces a primera ministra de un país musulmán de 164 millones de habitantes encerrados en 800.000 kilómetros cuadrados ha sido asesinada cerca de Islamabad, a la salida de un mitin celebrado en Rawalpindi, ciudad vecina de la capital, el jueves 27 de diciembre. Benazir Bhutto escribió en 1989 su autobiografía con el título de «Daughter of Destiny» («Hija del Destino»). Este título sería extrapolable al destino que ha marcado a varias mujeres asiáticas que han sufrido en carne propia los zarpazos del terrorismo en Sri Lanka (antigua Ceilán), Filipinas, India y Pakistán. La primera mujer que se hizo con el cargo de primera ministra en un país asiático —en realidad, era la primera vez que una mujer se hacía con esa magistratura— fue Sirimavo Bandaranaike, de Sri Lanka, en 1959, tras el asesinato de su marido, Solomon. Posteriormente tuvo otras dos oportunidades de ejercer de primera ministra.
También fue una viuda de político asesinado quien sustituyó a su cónyuge en el puesto de primer ministro, en este caso al frente de Filipinas: Corazón Aquino, perteneciente a una importante familia de la isla de Luzón, vio cómo asesinaban a su marido en el aeropuerto de Manila en agosto de 1983. Fue tal la indignación popular que suscitó ese hecho que al poco tiempo «Cory» ganó las elecciones y sustituyó al dictador Ferdinand Marcos como primera ministra en Manila.
Indira Gandhi y Rajiv
En India, Indira Gandhi, hija única de Jawaharlal Nehru, que como Bhutto se hizo con una formación en Occidente (estudió en Suiza y en la universidad británica de Oxford, donde terminó la carrera de antropología), se casó en 1942 con Feroze Gandhi, con el que tuvo dos hijos, y enviudó en 1960. Desde 1959 ocupaba la presidencia de su partido, el Congress Party, o Partido del Congreso. Fue primera ministra de India dos veces, pero en 1984 la asesinaron los sijs de su propia guardia personal, como venganza por los enfrentamientos entre esa comunidad y la mayoría hindú. Su hijo mayor, Rajiv, corrió la misma suerte: fue asesinado en 1991.
Bandaranaike, Aquino y Gandhi precedieron a Benazir Bhutto y merecieron también ser consideradas «Hijas del Destino», al igual que la recién asesinada en Rawalpindi. Es curioso ver cómo los más altos cargos de la política de sus respectivos países fueron ocupados por estas mujeres tras dramáticas muertes que las precedieron, pero resulta llamativo que sean más numerosas en aquel continente que en otros lugares de la Tierra. El criarse junto a padres o cónyuges metidos en la política ha servido a quienes tomaron el relevo para descubrir que el poder fascina por su capacidad de arrastre de masas. Es el fenómeno del famoseo del corazón trasladado al ámbito de la política. La educación recibida por esas mujeres, hijas o esposas, es exquisita como corresponde a familias adineradas y conocedoras del poder que otorgan los estudios en famosas universidades occidentales. Por otro lado, existe una fuerza de arrastre de marca con los nombres de progenitores que dejan en herencia fieles seguidores con mucha veteranía. Los Bhutto, Nehru, Gandhi y Aquino eran marcas asentadas que garantizan resultados electorales ante masas que no quieren a los occidentales, pero sí desean tener dirigentes que lleven sus países a idénticas cotas de bienestar.
Un animal político
La hija mayor del que fuera primer presidente del Partido Popular Paquistaní (PPP), Zulfikar Ali Bhutto, iba a participar en las elecciones que se celebrarán el 8 de enero próximo. Bella, educada al estilo occidental en las mejores universidades del Reino Unido (Oxford) y Estados Unidos (Harvard, Berkeley), de 54 años, Benazir era corrupta, varias veces procesada por ello, pero nunca condenada. Era un auténtico animal político sobre el que las mujeres musulmanas apostaban para ganar cotas de libertad. El PPP es un partido de centro izquierda que, como tal, defiende las libertades individuales y tiende a llevar una política contraria a la presencia militar en el poder. Con 26 años, Benazir vio como el dictador general Mohamed Zia ul-Haq derrocaba a su padre, lo hacía juzgar y ahorcar en septiembre de 1997.
Hace poco regresó a su país después de que los Estados Unidos presionasen al general Pervez Musharraf para que no obstaculizase esa vuelta a la democracia. Él mismo tuvo que renunciar al mando de las fuerzas armadas por exigencias de la oposición, en un país y un momento en el que la lucha contra el integrismo talibán pasa por momentos delicados. El grueso de las operaciones se lleva a cabo en la montañosa región occidental donde los jefes tribales pashtunes han permitido a los hombres de Osama bin Laden esconderse en la enrevesada orografía que tantos quebraderos de cabeza dio a los británicos durante el siglo XIX. Nada más regresar a su país, Benazir sufrió un atentado del que salió ilesa, pero que costó 143 muertos y numerosos heridos. Su regreso había sido pactado con Musharraf bajo los auspicios de Washington, antes de que abandonase Dubai, donde vivía exiliada la ex primera ministra.
Un atentado cantado
Aunque Pakistán está considerado un país violento, tiene un alto nivel de alfabetización (48,5%) y una tradición democrática a la inglesa que lo distingue de otros países musulmanes donde democracia y religión no han logrado acoplarse. El PPP, principalmente, sostiene que «el islam es nuestra fe, la democracia nuestra política, el socialismo nuestra economía y todo el poder para el pueblo». El dictador Mohamed Zia ul-Haq la mandó a la cárcel, o mantuvo bajo arresto domiciliario, muchas veces a lo largo de 6 años, acusada de corrupción. El dictador fue presidente de Pakistán durante 11 años y murió en un sospechoso accidente de aviación del que nunca se han conocido las causas. La tenacidad de Benazir, y la devoción que despertaban ella y el PPP, en una población ansiosa de mejoras sociales y harta del seguidismo de Musharraf ante George W. Bush, hacían temer un desenlace como el que se ha producido en Rawalpindi, 13 días antes de las elecciones. Nawaz Sharif, otro de los contendientes en las urnas, ha insinuado que el atentado había sido alentado desde el poder. Quizá se pueda reprochar a Musharraf no haber protegido suficientemente a su rival, pero aceptó el regreso de los dos exiliados siguiendo el consejo de Bush.
Hace tiempo que los analistas de política internacional veían cómo se deterioraba la situación en Pakistán. Bush fraguó una fuerte alianza entre el general Pervez Musharraf y Estados Unidos para combatir a Al Qaida, muchos de cuyos yihadistas se han refugiado al otro lado de la frontera que separa Afganistán del territorio paquistaní. La North West Frontier, donde se encuentra el célebre Khyber Pass, se ha convertido en refugio inexpugnable de quienes luchan contra el «demonio americano», de los traficantes de opio y de los «señores de la guerra». No sólo hay un importante tráfico de armas en la región, sino que en Pakistán se falsifican todo tipo de ellas, especialmente rusas, como el AK-47. La lucha que libra Estados Unidos en la región del noroeste se hace principalmente mediante bombardeos que dejan buen número de civiles muertos y alcanzan muy escasamente a los yihadistas. Estos resultados son presentados como grandes triunfos contra Al Qaida, sin mencionar mujeres, niños y ancianos entre los daños colaterales.
La amenaza atómica
A ras del suelo, los pashtunes se resienten de esas bajas causadas por la aviación de los occidentales, especialmente la americana. El descontento de la población es creciente y con ello se incrementa el número de apoyos a los yihadistas. Un país, con la bomba atómica en su arsenal, puede ser peligroso para Occidente si cae en manos de simpatizantes de los talibanes y de Osama bin Laden. Estados Unidos no ha visto que mientras se preocupaba de la posible bomba atómica iraní, India y Pakistán ya la poseían. Sobre todo este último, principalmente musulmán suní, puede representar un serio problema para el mundo Occidental.
Benazir Bhutto tenía muchas posibilidades de alcanzar, por tercera vez, el puesto de primera ministra dada la impopularidad cosechada por el general Musharraf, que se enfrentó con el poder judicial y con la abogacía, las instituciones democráticas del país. La aparición de Benazir en el escenario electoral paquistaní daba una pátina de honorabilidad democrática a las elecciones del día 8 de enero ya que, Musharraf, por sí solo, únicamente representa a los intereses de Washington en la región.
Nawaz Sharif, otro ex primer ministro, ha llegado el 25 al aeropuerto de Lahore, procedente de Arabia Saudí, donde estuvo siete años exiliado y cuyo rey, Abdalá bin Abdelaziz, le dejó un avión para regresar a su patria. Tras el triste final de Benazir Bhutto, Sharif ha declarado que su formación política, la Pakistan Muslim League-N (PML-N), no se presentará a las elecciones dando a entender que son los partidarios del presidente Musharraf quienes han cometido el atentado que costó la vida a Bhutto.
Musharraf debe mover ficha
Los llamamientos a la calma del presidente no parece que vayan a tener mucho eco tal y como se está caldeando el ambiente a 13 días de las elecciones. La cólera, en diferentes sectores de la población y lugares del país, se está manifestando violentamente. Predecir hacia dónde se inclinará Musharraf no es fácil. Una vía sería aplazar «sine die» las elecciones y mantener la ley marcial hasta que las cosas se calmen. Las fuerzas de seguridad tienen que mantener el orden por encima de todo. La responsabilidad intelectual y la ejecución del atentado se atribuyen, sin mucha posibilidad de error, a los islamistas.
El presidente Musharraf se ha comportado como fiel intérprete de los deseos de Bush. Se le ha considerado hasta «perrito faldero» del inquilino de la Casa Blanca y sabe que éste es quien ha apadrinado el regreso de los líderes paquistaníes exiliados. Es lo mínimo que se podía exigir para que las elecciones resultasen creíbles. Sólo el sector —cada vez más fuerte— de los partidarios de Al Qaida no tienen interés en el resultado de las urnas.
El asalto a Lal Masjid, un importante complejo religioso de Islamabad, conocido como la «Mezquita Roja», causó cerca de 300 muertos en julio pasado. Esta escuela coránica («madraza») era famosa por su principal maestro, Abdul Rashid Ghazi, muerto en el ataque, que captaba numerosos adeptos para el yihadismo más violento.
El asalto a uno de los edificios, Jamia Hafsa, destinado a mujeres y niños, causó un gran escándalo por la brutalidad y la cantidad de víctimas que produjo. El segundo de Osama bin Laden, Ayman al-Zawahiri, pidió a los seguidores de Al Qaida que vengasen a los muertos de aquella matanza.
El hombre a abatir era Pervez Musharraf, pero éste, que advirtió a Benazir Bhutto del riesgo que corría con estos mitines, está demasiado bien protegido. El yihadismo suicida decidió entonces ir a por la ex primera ministra. En el segundo intento lo han conseguido.
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