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por Juan Pedro Quiñonero desde Paris
Quizá el síntoma más elocuente de la irrupción y los estragos del sexo en la política de Francia fuese la imagen pálida del presidente de la República, Nicolas Sarkozy, pidiendo tres cafés, durante el consejo de ministros, cuando se discutía la reforma del Estado, el lunes pasado, tras una larga noche de amor en Eurodisney, en el mismo lecho que Carla Bruni.
Hace apenas unos meses que ella había declarado: «El amor dura mucho. El deseo ardiente apenas dos o tres semanas». Sarkozy y Carla Bruni se conocen desde hace apenas cinco semanas. Pero Marisa Bruni-Tedeschi, madre de la cantante, se paseaba el jueves por unos jardines próximos al Vaticano, mientras el presidente francés se entrevistaba con Benedicto XVI evocando el incierto destino espiritual de Europa.
A pesar de las apariencias, ni Carla Bruni ni Sarkozy han dicho ni una palabra sobre sus relaciones, aunque aquí y allá se haya comerciado con frases falsas para comentar la evidencia invisible de unas relaciones que ilustran de manera espectacular las nuevas tácticas de la guerra política, el poder y el amor, a través de la orquestación no siempre calculada ni totalmente involuntaria de las relaciones ¿amistosas? ¿carnales? ¿amorosas..?
Morir en el lecho amoroso
Carla y Sarkozy se conocieron poco antes o poco después de la ruptura oficial entre el presidente y Cecilia ex-Sarkozy, el 18 de octubre. Cenaron juntos, entre amigos, en casa de Jacques Seguela, un publicitario de talento que se hizo célebre en 1981, lanzando la legendaria campaña publicitaria de Mitterrand: «La fuerza tranquila». En aquella reunión, Carla tocó la guitarra y Sarkozy se atrevió a «cantar», entre amigos, viejas canciones de los 70 y 80. Días más tarde, Carla Bruni fue vista por vez primera «en los apartamentos privados» del Elíseo. El palacio presidencial francés ha visto incontables escenas de cama. Es leyenda la historia de un presidente que murió en el lecho del honor amoroso, tras una noche de placer que lo condujo a la tumba. Y François Mitterrand llegó a instalar a la última de sus amantes en un palacio próximo. La novedad radical, en el caso de la pareja Sarkozy-Bruni, es la rapidez y naturalidad con que la pasión amorosa se transforma en mercancía publicitaria y la orquestación publicitaria en arma de guerra política.
En este caso, el director de orquesta se limita interpretar una partitura que otros le ayudan a componer. No es un secreto que un número relativamente modesto de paparazzi «cubren» las inmediaciones del Elíseo. La tarde del sábado 14 de diciembre, dos paparazzi advirtieron que la limusina presidencial y una breve escolta motorizada tomaban un rumbo desconocido. Y la siguieron. Hasta llegar al domicilio parisino de Carla Bruni y su madre. Carla montó en el coche del presidente. Y la madre los siguió en un segundo coche.
Dos horas más tarde, el trío hizo su primera aparición pública en Eurodisney, acompañado de varios niños, entre los que se encontraba el hijo de Carla Bruni y el ensayista Raphaël Enthoven. Cualquier lector de novelas de moda sabía, desde hace pocos años, que Carla sedujo a Raphaël Enthoven, cuando ella «salía» con su padre, amigo de Bernard Henry Levi, padre de Justine Lévy, esposa de Raphaël Enthoven. Y quienes leyeron la novela de Justine Lévy no olvidarán que ella intentó suicidarse, cuando su esposo la abandonó por Carla.
Los paparazzi que habían seguido a Sarkozy desde el Elíseo conocían tales historias. Y creían estar a la caza y captura de imágenes vagamente «hard» de un presidente y una mujer de rompe y rasga, de quien se conocen muchos amantes: Mike Jagger, Eric Clapton, etc. Sin embargo, los mismos paparazzi estaban llamados a inmortalizar una «vulgar» escena de familia: una abuela dando la mano a dos niños, una madre soltera dando la mano a otro niño, y un padre separado, sonriente y feliz. Inmortalizada la escena de familia también por numerosos turistas, la pareja pudo perderse rápidamente. Y pasar la noche a solas en una habitación doble de un hotel del parque de atracciones.
A la mañana siguiente, los miembros del gobierno presentes en el consejo de ministros todavía no conocían el origen de la palidez y cansancio del presidente, pidiendo café tras café. Sin embargo, entre los miembros de ese gobierno, ya había uno que se había acostado durante varias semanas, cuando menos, con la misma amiga o amante del jefe del Estado. Arno Klarsfeld, consejero personal de François Fillon y colaborador íntimo de Sarkozy durante la pasada campaña presidencial, ya fue amante de Carla.
Cuando, a última hora de la tarde del domingo pasado, Point de Vue (decana de la prensa francesa del corazón) filtró su portada con las imágenes de la pareja Sarkozy—Bruni en Eurodisney, la maquinaria de ocupación del terreno político, audiovisual, social, cultural, etc., comenzó a funcionar prácticamente sola. La imaginación, la carnaza audiovisual, el comercio con los fantasmas eróticos, la voracidad de los lectores y el negocio de las imágenes (de una desarmante simplicidad vulgar) trabajan de manera automática y sonámbula.
Ni Carla Bruni ni Sarkozy dijeron una sola palabra. Pero el puesto de ambos en la escena pública internacional convierte su relación en un insondable manantial de noticias, no siempre minúsculas, cuyo comercio permite modificar el arte de hacer política en Francia, iluminando de manera espectacular las metamorfosis sociales, culturales y políticas en curso. Carla Bruni es muy conocida por sus fotografías en una pasarela de alta costura, acompañada de un número importante de hombres, famosos y menos famosos. Ante tal espectáculo, nadie se había interesado por sus ideas políticas, que siempre han estado muy presentes en su carrera. Opiniones de alta burguesa de izquierdas. Estuvo en varios actos electorales de Ségolène Royale contra Sarkozy. Ha apoyado todas las causas más o menos perdidas de la izquierda caviar. Incluso fue la acompañante oficiosa de Laurent Fabius, ex primer ministro socialista, rival fracasado de Ségolène y Sarkozy. Bruni aporta a Sarkozy una etiqueta de la más selecta izquierda, con matices inflamables, cuando habla de temas de «vida cotidiana»: «Prefiero que me traten de predadora que de vieja chocha» [ .. ] «El amor y la pareja no siempre me tranquilizan» [ .. ] «Soy monógama de vez en cuando. Pero prefiero la poligamia y la poliandria». Poliandria: «estado de la mujer casada simultáneamente con dos o más hombres».
Por su parte, Sarkozy guarda silencio, dejando que el vendaval de las metamorfosis trabaje por él, a la vista de unos sondeos muy significativos: la opinión pública «comprende», «acepta», considera «normal» que el presidente de la República exponga «con naturalidad» unas relaciones que todavía es pronto para saber si «irán más allá», se prolongarán como «una buena amistad», o pudieran transformarse «en otra cosa». Lo tórrido de la relación no impide ni prejuzga su futuro.
Las primeras revelaciones, la presencia invisible de Marisa Bruni-Tedeschi, la madre de Carla, en Roma, en la visita de Sarkozy al Vaticano, sugieren el alcance que ambas partes conceden a un idilio de imprevisibles consecuencias. El calendario político de Francia marca con áureos jalones la importancia esencial de tal encrucijada personal, sexual y quizá sentimental.
Según el calendario oficial de la jefatura del Estado, el presidente pasará la Nochevieja en Egipto, «acompañado de familiares y amigos». ¿Cuál será el título oficial u oficioso de Carla Bruni, si ella lo acompaña, como parece sensato imaginar?
Según el calendario oficioso de la presidencia, Sarkozy podría hacer una «visita imprevista» a los soldados franceses en Afganistán… ¿Cuál sería el impacto de Carla Bruni, acompañando a Sarkozy ante una nube de soldados consagrados cada día a la dura guerra internacional contra el terrorismo..?
Ocultas, las amantes de un político profesional no siempre juegan un papel político. Públicas, las relaciones carnales de un jefe de Estado se transforman en munición política. La agenda oficial de un presidente como Sarkozy, muy activo en la escena política nacional e internacional, no siempre podrá mantener en la sombra una relación tan espectacular y atractiva. Carla Bruni no parece ser una mujer totalmente fascinada por la vida de hogar, reposo fiel de un aguerrido húsar.
Aceptado por ambas partes, el principio de la publicidad directa, personal, asumida, de una relación de algo más que buenos amigos, la gestión personal de la pasión amorosa se percibe indisociable del calendario político e institucional. Cualquiera de las alternativas confirma plenamente la pacífica revolución y metamorfosis que están sufriendo la función presidencial y el arte mismo de hacer política, en Francia.
Si Sarkozy y Carla Bruni cesaran amistosamente su relación, su aventura ya habría consumado una ruptura sin precedentes: la de un jefe de Estado aireando sus conquistas amorosas, con las maneras de un play boy de corte cinematográfico. Novedad radical.
De difícil conformar
Si Sarkozy y Carla Bruni prolongasen indefinidamente su relación, las dimensiones políticas e institucionales serían mucho más espectaculares, cómo dudarlo. Quizá sea prematuro hablar de matrimonio, como insinúan algunas comadres italianas. Si el presidente y la cantante deciden «conocerse mejor», antes de contraer o no contraer matrimonio, queda en suspenso el estatuto oficioso de una amante en el protocolo de Estado. Ni Carla Bruni ni su madre, alta burguesa italiana, habituada a vivir en el lujo de las grandes familias milanesas, parecen señoras dispuestas a asumir el papel secundario del personal de servicio.
El presidente de Francia puede optar entre hacer vida oficial en el Elíseo y vida sentimental en una residencia particular. O, sencillamente, instalar a su amiga o amante en la residencia oficial del jefe del Estado. En ambos casos, amistad, erotismo, publicidad y política son sencillamente indisociables. Las imágenes verdaderas o traficadas de Carla Bruni, en solitario, vestida o desnuda, ya se han sacado a subasta en internet. Y las imágenes de Sarkozy, solo o acompañado de Carla Bruni, son una munición política que puede causar estragos en la guerra política sin cuartel, con posibles víctimas a primera sangre en los cuarteles de invierno del presidente y sus enemigos.
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