El sector educativo dominicano tiene que reinventar su modelo, priorizando simultáneamente sus inversiones en tres aspectos básicos.
Por Milton Morrison
El Caribe, Matutino dominicano.
El artículo 8 de la Constitución de la República en su acápite 16 se refiere a la libertad de la enseñanza y a la obligatoriedad de la misma.
Además señala que es deber del Estado proporcionar la educación fundamental (primaria y secundaria) a todos los habitantes del territorio nacional de manera gratuita.
En adición a lo antes señalado, sólo faltaría incluir como mandato constitucional el concepto de “educación de calidad”.
La ley 66-97 de educación establece el 4% del PIB como el gasto mínimo en educación. En la actualidad invertimos cerca del 2%, cuando el promedio de la región ronda cerca del 5% del PIB.
Si bien es cierto que parte de las imperfecciones del sistema educativo se deben fundamentalmente a la escasa inversión de recursos, también es cierto que dichas inversiones ameritan una redefinición de las prioridades.
El sector educativo dominicano tiene que reinventar su modelo, priorizando simultáneamente sus inversiones en tres aspectos básicos que son el intelectual, social y material.
Algunos ejemplos son: primero, en el aspecto intelectual debemos responder la pregunta de ¿quién educa al educador? No podemos brindar educación de calidad si no invertimos en la capacitación de los maestros.
Pedagógicamente, los maestros deben ser forjadores de la creatividad, y el análisis de los alumnos. Ya basta de la educación que fomenta la memorización y repetición de los hechos, debemos cambiarla por aquella analítica y comparativa.
La educación del siglo XXI tiende a lo virtual y la brecha digital entre el alumno y el maestro tiende a ampliarse, por lo que amerita que los maestros tengan acceso permanente a la Internet.
Segundo, en el aspecto social, debe haber una correspondencia entre la dimensión del sector con el oficio. Es decir, debido a la importancia de la educación para el desarrollo nacional, los maestros deben adquirir una dimensión en la misma proporción.
No es posible impartir una educación de calidad si quienes la imparten no tienen una vida digna de calidad. Un profesor a tiempo completo debe devengar como mínimo un salario equivalente al monto de la canasta familiar real.
Tercero, en el aspecto material es inconcebible que esperemos la apertura de cada año escolar para observar niños y niñas recibiendo docencia de manera inadecuada.
Por tanto, debe realizarse periódicamente un censo de infraestructuras, útiles y materiales que nos permitan proyectar las necesidades actuales y futuras por el bien de la educación dominicana.
Milton Morrison es ingeniero
miltonmorrison@gmail.com
lunes, agosto 27, 2007
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