Servicios Google/Mateo Morrison, Listín Diario, Matutino Dominicano
De todas las soledades, la menos comprensible y la menos digerida es la soledad en compañía. Una soledad que de sólo imaginarla molesta, angustia, deprime y asfixia emocionalmente. Es que vivir con alguien, compartir almohada, y que cada cual en pleno silencio mitigue sus penas, esconda los sobresaltos de las necesidades primarias: apego, afecto, intimidad, apoyo, es una verdadera miseria.
Esa soledad reproduce el desapego, los bostezos, el cansancio afectivo, la anemia en los vínculos y el desamor en los sentimientos.
Hoy sabemos lo agotador que es compartir la misma mesa, la misma cama, el mismo techo y sentirse con la sombra de lo que fue algún día. Esa ausencia del calor corporal, de la rica intimidad, de afectividad, de pasión y de sentimientos positivos se sienten en una soledad en compañía.
Sentirse solo/a es saber o tener la plena seguridad de que quien está al lado no representa una relación ni siquiera significativa, ya que no se puede sentir la necesidad de vinculación de compromiso, de complicidad en cada proyecto y en cada necesidad individual.
Hoy sabemos que existen diferentes tipos de soledades: soledad relativa, circunstancial, existencial, cómo estilo de vida, soledad patológica, soledad nutriente. Sin embargo, la soledad en compañía pareciera una irracionalidad tener que vivirla, tener que soportarla, y, para mal, aprender a ser el cómplice de una soledad que hacía fuera sonríe y hacía dentro es una verdadera miseria.
mateo@mateomorrison.com
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