sábado, agosto 04, 2007

PENSAMIENTO Y VIDA/ Atención al drama ecológico

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En 1982, en vísperas de la instalación de un nuevo gobierno, la Conferencia del Episcopado Dominicano advertía severamente:”No podemos seguir descuidándonos en la preservación y mejora del medio ambiente en que vivimos. Ningún desequilibrio ecológico puede realizarse impunemente. El pecado del hombre contra la naturaleza se revierte siempre contra el mismo hombre. La tala de bosques entre nosotros ñpara citar un solo ejemploñ sin una posterior repoblación forestal eficaz, está trayendo ya fatales consecuencias para nuestros ríos, para nuestras tierras y para nuestro clima. Es urgente, pues, una política bien planeada y exigente acerca de este gravísimo problema nacional”. A continuación prometían los Obispos dominicanos dedicar una Carta Pastoral a este tema.

El 21 de enero de 1987 cumplían la promesa. Fue una Carta Pastoral de sorpresiva resonancia internacional

El “Osservatore romano” la tradujo al italiano y la publicó íntegra en su edición ordinaria. La Revista oficial de la Iglesia Española, “Ecclesia”, la publicó íntegramente también. Fue traducida al alemán, inglés y francés y la FAO la difundió por el mundo entero. SIAL (servicio informativo para América Latina) del CELAM la divulgó por toda la América Latina. “Progressio” sacó una edición propia y en varias Revistas de los Estados Unidos aparecieron largos pasajes y comentarios. La Conferencia del Episcopado Dominicano tuvo muy pronto que hacer una nueva edición.

Al comienzo de la Carta Pastoral los Obispos dominicanos proclamaban: “Nos anima a escribir esta Carta Pastoral que innumerables hayan sido las voces que últimamente se han levantado para llamar la atención sobre este gravísimo problema y para convocar a la responsabilidad y acción conjunta de todos. Voces de expertos en la materia, voces de personas serias y conscientes, voces estremecidas e indignadas de quienes han sido testigos diarios y oculares de delitos concretos contra la naturaleza en los mismos lugares donde se han perpetrado. En esas voces ha habido consenso en cuatro puntos que queremos resaltar: los problemas ecológicos en de ir solucionándose, se han ido agravando; es factor determinante de esta situación la impunidad con que operan los agresores de la naturaleza; es necesaria una instancia superior que con autoridad exija, vigile, coordine y dirija; y sobre todo es de gran necesidad una voluntad nacional que permita encauzar, con sentido prioritario, fondos, recursos humanos, determinaciones y acciones legales y educativas hacia esa base de nuestra existencia que es la patria física”.

Lo escalofriante, sin embargo, es que el problema ecológico, aparte de ser muy complejo, es hoy mundial con repercusiones planetarias. La realidad ecológica ñla ecoesfera- no surge simplemente de la suma del suelo, agua, aire, plantas, animales y comunidad humana sino del sistema de relaciones existentes entre esos componentes, es decir, de la mutua relación y dependencia entre la litoesfera, hidrosfera, atmosfera y biosfera. Todo ello, por otro lado, resultado de un largísimo proceso de evolución química inorgánica y orgánica y biológica en nuestro planeta.

En esta situación alterar cualquiera de los cuatro subsistemas es perturbar el sistema completo y amenazar seriamente la ecoesfera y por lo tanto la vida misma en el planeta.

Todo ecosistema parcial, por ejemplo una célula o una persona, presenta siempre una estructura, un funcionamiento y una historia.

Ante todo, una estructura. Todos los ecosistemas estructuralmente están constituidos por factores fisiográficos (orografía, hidrografía, geomorfología etc); por factores físicos (meteorología, climatología, radioactividad etc); por factores químicos (substancias químicas presentes en el agua, en el suelo y en el aire); y por factores biológicos (plantas, animales y microorganismos). Cada ecosistema tiene su propia composición de estos factores y su propio mundo de relaciones.

Está también, en segundo lugar, el funcionamiento. En todo ecosistema las substancias alimentarias están continuamente circulando, trasformándose y almacenándose. La energía entra a través de la fotosíntesis; los individuos se adaptan a los cambios ambientales por medio de cambios morfológicos, fisiológicos y de comportamiento; y el correcto funcionamiento y aun la supervivencia dependen de la disponibilidad alimentaria, del equilibrio energético y del espacio necesario.

Y está también, como decíamos, su historia. Todo ecosistema parcial pasa por las mismas fases de nacimiento, desarrollo, adultez, decadencia y desaparición. En la fase de desarrollo se caracteriza por su escasa diversidad y por su débil estabilidad frente a múltiples factores perturbadores. Y ya en la fase adulta, el grado de diversidad es alto, y altas también su estabilidad y la complejidad de sus mecanismos biológicos, químicos y energéticos.

El ser humano forma parte del medio físico, químico y biológico que le rodea, y, como cualquier otra especie viviente, está vinculado e implicado en los procesos de circulación de las substancias alimenticias, del flujo de la energía y del mantenimiento de los equilibrios necesarios.

Por su característica, sin embargo, singularísima de su capacidad comprensiva y autodeterminativa, el ser humano no actúa determinísticamente como las plantas, los animales y el medio abiótico y ha ido creando sus modos propios de enfrentar y desenvolver la vida. Positivos, unos y fatales, otros. En esta clave es importante resaltar que para la población humana el medio social tiene igual peso que el medio físico y que la integración en ambos medios configura el sistema medio-ambiental humano.

La relación ser humano- medio ambiente en su evolución histórica ha pasado por tres etapas: 1) de gran equilibrio natural; 2) de equilibrio ligeramente alterado; y 3) de crecientes, graves, y peligrosos desequilibrios provocados por el ser humano. La primera sería desde la aparición del “Homo sapiens” hasta el neolítico. La segunda desde el neolítico hasta la revolución industrial. Y la tercera desde la revolución industrial hasta nuestros días.

En la primera fase la integración del ser humano ñescaso- al medio ambiente fue total. Los ritmos y los procesos evolutivos del medio ambiente marcaron los ritmos y los procesos humanos.

En la segunda fase el ser humano ñcrecido y progresivamente creciente-, enfrentado a un medio que se le tornaba cicatero e inclemente, se vio obligado a arrebatar con su inteligencia el secreto de la producción de alimentos, destruyó bosques para obtener tierras cultivables y obligó a la naturaleza a proporcionarle el sustento y mejores condiciones de vida. Lo más determinante de este período fue que el ser humano adquirió ya una conciencia fuerte de la separación entre él y la naturaleza. Con conocimientos reducidos y técnicas limitadas, las alteraciones de la naturaleza producidas por él fueron todavía ligeras. No fueron perturbados ni el ritmo de los ciclos biogeoquímicos ni la estructura de las cadenas alimenticias, ni los mecanismos homeoestáticos de los sistemas

En la tercera fase fue en la que se produjo progresivamente la gran ruptura entre la naturaleza y el ser humano y en la que se llegó en nuestros días, como afirma Paulo VI en su Encíclica “Octogesima adveniens”, a que por causa de una explotación irracional y desaprensiva, el ser humano pueda destruirla y pase a ser víctima de su degradación.

El disenso entre sociedad humana y naturaleza llegó a su máximo dramatismo en la década de los sesenta del pasado siglo.

El aumento de la población, la demanda creciente de bienes naturales, los conocimientos científicos adquiridos, la informática y la eficacia de técnicas cada vez más poderosas poco a poco lo que han ido produciendo es: desajustes del suelo, desertización, contaminación de ambientes, ríos, mar y aire, agotamiento de recursos y sistemas biológicos, degradación constante de la calidad del medio ambiente, y el uso de la energía nuclear para efectos civiles y militares cuyos efectos son impredecibles.

Nadie sabe hoy, por ejemplo, dónde depositar los residuos de las centrales nucleares que conservarán en ciertos casos su radioactividad durante casi mil años.

Desde todas las áreas (científica, técnica, filosófica, política y religiosa) se han levantado voces ñalgunas de ellas virulentas y apocalípticas- de alerta y reprobación, reclamando pasar urgentemente de una cultura de despotismo y explotación ilimitada e irracional a una cultura de compromiso, personal y social, de participación y administración responsable de la naturaleza. ¿Terminará la humanidad siendo consciente y sensata?

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