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DESPEDIDA
Ximena Gutiérrez. Columnista de EL TIEMPO, Bogotá.
Ximena Gutiérrez. Columnista de EL TIEMPO, Bogotá.
Entre periodismo y política, entre opinar y actuar, prefiero -por ahora- actuar.
Refiriéndose a la influencia del periodismo en la política -o quizá viceversa-, mi vecino de página, el admirado Roberto Posada García-Peña (D'Artagnan), dice en su libro titulado El arte de opinar (Editorial Oveja Negra, abril de 2000): "(...) Difícilmente los lectores de prensa escrita se topan con colaboradores habituales (y hasta esporádicos, agrego yo) que no hayan tenido o tengan una determinada posición política (...) En mi caso -explica con decisión el columnista-, así lo he reconocido por principio. Sería un irrespeto decir que soy objetivo e imparcial".
Contrasta esta opinión con la del ex ministro Rudolf Hommes, cuando, hace poco, quiso hacer un alto en el camino. Sus lectoras nos tranquilizamos porque esa frustrada despedida de EL TIEMPO solo sirvió para recomendar a quienes empiezan: "No utilizar la columna para sacarse clavos y erigir una muralla entre la propia actividad política y el periodismo de opinión".
Siempre he creído que esa muralla (para muchos una barrera invisible, para otros una puerta giratoria) entre periodismo y política es difícil de franquear al menos desde las teorías dictadas en las facultades de comunicación social (que enseñan de todo, menos periodismo), pero muy vulnerable cuando ya se está en el medio, bajo la presión de fijar posiciones y tratar de escribir lo que muchos quieren leer.
No creo, entonces, como lo sostienen los catedráticos, que el periodismo y la política sean incompatibles. Otra cosa es que lo que se diga o escriba resulte alejado de la realidad política, como ahora le está sucediendo al ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, ¿cuántas veces en su etapa ministerial no habrá recordado que desde su tribuna periodística a él le daba "mucha pena" saber que en el Congreso abundan los 'lobbystas' o que desde esa cartera salía tanta información sin confirmar?
No cabe duda. Con el avance tecnológico (Internet, mensajes de texto vía celular, TV, etc.), la barrera entre opinar e informar es cada vez más sutil, porque así lo exige el consumidor de la llamada "industria de la información".
Y al opinar, aunque no se quiera, siempre se tomarán decisiones políticas. Los lectores de hoy están buscando más análisis, más interpretación y eso también implica dejar en cada creación algo de nuestra cosecha. Lo pedante y engreído es pensar que desde esta posición privilegiada podemos cambiar el mundo, como hoy lo creen algunos 'pontífices' de la opinión.
Según la agudeza del columnista Carlos Castillo Cardona, en realidad muchos de nuestros lectores dicen haber leído la columna, pero "¿cuál es que era el tema?". Esto nos invita a reflexionar sobre el reto de escribir para que nos lean. Y creo haber cumplido esa meta en los nueves meses y 22 columnas que me publicó EL TIEMPO. Pero entre periodismo y política, entre opinar y actuar, prefiero -por ahora- actuar.
Creo que es la forma "de arreglar el partido y no soñar con arreglarlo desde la tribuna", como dijo Juan José Peláez, cuando dejó de ser comentarista de Teleantioquia para regresar como técnico del Independiente Medellín. Por eso, desde ahora he fijado mi posición.
Me gusta expresar mis ideas y más aún si es en EL TIEMPO, pero me gusta más ponerlas en práctica. Y como quiero contribuir para cambiar este país, empezando por el lugar en donde vivo, Cali, la ciudad de la eterna esperanza, he tomado la decisión de hacer un alto en el camino y aspirar a una curul en el Concejo de Cali. No quiero pasar por idiota. (Idiota: del griego idiotes, utilizado para referirse a quien no se metía en política, preocupado tan solo en lo suyo, incapaz de ofrecer nada a los demás. Fernando Savater).
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