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ALEJANDRO ARMENGOL
Existe el criterio entre algunos periodistas de no darles mucho valor a los blogs. Quienes tienen esta opinión respetable consideran que este medio, relativamente fácil de desarrollar y que no implica grandes recursos, no es capaz de lanzar la noticia. Que se limita a una función pasiva: hacer un comentario sobre ésta o --lo que resulta más burdo-- copiarla de la prensa establecida.
Agregan estos críticos que las informaciones publicadas en los blogs carecen de objetividad, balance y verificación. Afirman que siguen siendo los reporteros y columnistas de los grandes medios quienes desempeñan la labor de informar.
Estos puntos de vista y otros similares los escucho con respeto y reserva. Valoro la parte de verdad que contienen: las limitaciones innegables y el hecho de que su papel se reduce, en gran medida, al periodismo de opinión.
Sin embargo, también considero que los periodistas realizamos una labor cuyos presupuestos están sometidos al cambio, no tanto en cuanto al papel que desempeñamos, que sigue siendo el mismo, sino respecto al medio en que nos expresamos.
Creo que cada vez son más similares escribir para ser impreso en un diario y publicar de inmediato en internet.
Por otra parte, el problema de la objetividad y el balance informativo guarda relación con los blogs, pero va más allá de este fenómeno. Sus causas y efectos son políticos.
Contrario de lo que se creyó en un primer momento, tras el final de la guerra fría, vivimos en un mundo con una mayor carga ideológica, más globalizado pero también más fragmentado.
Cuando la situación política se acentúa, como viene ocurriendo en este país desde comienzos de este siglo, la discusión tiende a tornarse más partidaria.
No sólo en Estados Unidos. En España ocurre algo similar. Allí el debate político está poniendo una gran tensión en la armazón social, y pese a una situación económica de bonanza las diferencias políticas han llegado en ocasiones a ponerse al rojo.
Esta tensión política beneficia a los blogs. El fenómeno que se inició en este país, a finales del primer mandato de George W. Bush, y cobró una fuerza extraordinaria durante la campaña electoral que culminó con otro triunfo del Presidente, en la actualidad se vive con igual intensidad en cualquier nación democrática: los grandes periódicos no definen las opiniones y las tendencias políticas como en el pasado. Para desdicha de los censores, no es tan sencillo eliminar una opinión disidente.
Suprimir o limitar no sólo los blogs, sino cualquier intento de divulgar una opinión independiente, es objetivo primordial de cualquier país totalitario.
En Miami existe igual actitud en algunas personas. Si bien éstas se declaran opositoras del régimen cubano, no parecen dispuestas a permitir los criterios opuestos. Para ellas, las opiniones e informaciones contrarias a sus puntos de vista son consideradas un ataque y no un criterio divergente. El ''con nosotros o contra nosotros'' determina sus acciones.
Por muchos años se ha considerado que esta disposición es contraria a los fundamentos de la sociedad norteamericana. Ahora el avance tecnológico la convierte no sólo en antinorteamericana, sino también en caduca.
El ideal de ejercer el monopolio del pensamiento anticastrista es cosa del pasado. Quienes viven en un mundo donde la guerra fría no ha terminado disfrutan de la esperanza que les brinda el escaso panorama que se aferran a contemplar. Este tiempo detenido puede que les llene de esperanza, desde un punto de vista existencial, pero contribuye a que su visión de la isla tenga validez apenas en la Calle Ocho.
Esta estrategia cansada se ve ahora acompañada de una paranoia en aumento, que lleva a rechazar a los que se han incorporado al exilio a partir de la tres últimas décadas. Al tiempo que rechazan el pensamiento de sus enemigos de tantos años, quienes se aferran a la bandera de la ''pureza política del exilio'' se identifican con esa lógica del partido de la exclusión, que ahora aplican en la dirección ideológica contraria.
Lástima --para ellos-- dedicar tanto esfuerzo para lograr resultados tan pobres. Hoy día cualquiera puede divulgar sus criterios, sin necesidad de una poderosa institución que lo apoye.
El blog es símbolo de independencia política, pero también de algo más. Es un espacio propio, tanto para el columnista como para el reportero. Una parcela donde uno se puede mover con mayor libertad. No importa lo permisivo que sea cualquier país democrático o cualquier empresa. Hay límites que uno debe cumplir --resulta una simplificación asociarlos con la censura-- cuando trabaja para una organización informativa. Estos desaparecen en el blog, que siempre permiten una flexibilidad imposible de encontrar en un medio institucional.
Lo formidable del blog es que llegó para quedarse. No puede ser restringido con facilidad. Por su propia naturaleza --al igual que ocurre con la internet en general--, cuando se intenta poner cortapisas y fronteras se desvirtúa. Esto, en el ''mejor de los casos''. Por lo general, simplemente desaparece. Deja de existir o se vuelve tan anodino que se convierte en un ejercicio estéril.
Por ello, dentro de una óptica totalitaria, la única opción disponible es la negación, el impedir su creación.
Poco importa que los blogs sean aceptados a regañadientes, ignorados o recibidos con beneplácito por cualquier organización periodística. Resulta secundario que muchas instituciones cuenten con mayores recursos para divulgar sus políticas, puntos de vista o realicen campañas de publicidad y propaganda. Por encima de todo, los blogs existen. Ningún país que se considera democrático, más allá de las limitaciones siempre existentes, cuenta con justificación alguna para eliminarlos. Son inmunes a cualquier ''ley patriótica'', aunque no lo sean quienes lo hacen. Lo demás es asumir riesgos. Pero, ¿qué otra cosa es la vida? Ningún cirujano general ha propuesto hasta el momento que ''bloguear daña su salud''. Espero morirme antes de que ello ocurra.
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