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La gira latinoamericana del Presidente Bush, que comenzó en Brasil y está concluyendo en México, ha puesto sobre el tapete, después de bastante tiempo de imprecisiones y movimientos dispersos, las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. La Administración Bush anunció, a su comienzo en 2001, que América Latina tendría un lugar importante en su agenda. Esto no se concretó, y la razón sugerida fue el 11 de septiembre de 2001. Tendría que haber sido lo contrario, según la lógica del entorno global: si bien en el Medio Oriente están los focos más agudos de la crisis de seguridad, la configuración de bloques regionales fuertes y cohesionados es indispensable para que la seguridad global opere.
En estos momentos, Estados Unidos enfrenta serias dificultades para la construcción de una entidad regional que funcione a satisfacción de todos. Por el contrario, lo que se ha multiplicado en estos años es la diferencia de visiones y de proyectos nacionales, que va más allá de una caracterización simplista sobre derecha e izquierda. Se perfilan bloques antagónicos dentro del aún indefinido y necesario bloque hemisférico, y la sabiduría debería estar en el procesamiento de las diferencias para no caer en la vieja rutina de ver el mapa dividido entre amigos y enemigos.
La pregunta básica sobre los resultados del recorrido latinoamericano del Presidente Bush, que ya era inaplazable principalmente por razones internas, dada la caída del voto latino para los republicanos, tendría que ser: ¿Quedan más propicias las condiciones para relanzar las relaciones Norte-Sur en el Continente después de esta gira? Si la respuesta es sí, estaremos todos encaminados en el sano rumbo de las cosas.
Escenario nuevo, nueva estrategia
El viaje aludido es más de recreación del simbolismo de cooperación que de acuerdos concretos. Hay que partir de un hecho: la globalización, en la que todos estamos inmersos, pone las relaciones interamericanas en un escenario diferente. Ya no estamos en el viejo esquema de los “campos de influencia”. Hoy, el término básico y novedoso es “asociación”, aun con Estados Unidos. Los temas fundamentales son comunes, y habrá que encontrarles tratamientos y soluciones comunes. Por ejemplo, la emigración-inmigración, que es un fenómeno multidimensional.
De entrada, el realismo muestra, por otra parte, que ya también pasó el tiempo de las “trincheras antiimperialistas”. No es esa la lógica imperante en la realidad de esta época, por más discursos incendiarios que se lancen. América Latina está rebuscando sus formas y mecanismos de funcionamiento pluralista, ya que hasta los que existían por tradición muestran signos de obsolescencia, casos de Uruguay y Costa Rica. Y esa rebusca tiene, en su verdadero fondo, muy poco que ver con histrionismos como el que tanto le gusta practicar al Presidente Chávez.
El escenario es nuevo, tanto en América Latina como en Estados Unidos; y en un escenario nuevo se impone aplicar estrategias también nuevas. Ese es el desafío de este momento. Los movimientos sobre el tablero, que siguen siendo superficiales, lo que hacen es dramatizar la responsabilidad de que todos nos pongamos a jugar en serio de cara al futuro.
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martes, marzo 13, 2007
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