Nadie que se confiese demócrata puede negar que uno de los fundamentos de toda sociedad democrática es la existencia de una prensa libre, independiente y pluralista. Todos coinciden, también con Albert Camus, en que puede haber prensa buena o mala, pero si no hay libertad ésta siempre será mala. Igualmente, no hay quien se diga respetuoso con las libertades consagradas en la Constitución y se atreva a cuestionar el artículo 20 de la Carta Magna, inspirado en el 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que garantiza el derecho de todo el mundo a expresarse y opinar libremente, lo que incluye la libertad de exponer opiniones sin injerencias y de recabar, recibir e impartir información e ideas a través de cualquier medio y más allá de cualquier frontera. Ahora bien, aceptando todos los agentes políticos que sin libertad de prensa no hay democracia, la realidad se empecina en demostrar que una cosa son las declaraciones y otros los derroteros del día a día. Se quiera o no, el hecho informativo es uno de los fenómenos característicos de la vida agrupada y ello hace que la información genere cambios, por eso son muchos y sibilinos, unas veces y no tanto otras, los mecanismos que se utilizan para ejercer control y limitar esa libertad formalmente reconocida.
Que levante la mano aquel agente político que no ha pretendido, al menos una vez, cercenar la libertad de expresión o condicionar el libre e independiente ejercicio de la opinión.
¡Miren!, para los políticos los periodistas más que personas son espacios y aunque constantemente se quejen de ellos hacen todo lo posible para utilizarlos para sus fines porque lo que anhelan no es información sino propaganda.
Por eso resulta vergonzante escuchar los cantos a la neutralidad y la objetividad que algunos que se dicen despechados, aunque los despechos van por épocas, hacen a unos u otros medios de comunicación. Les guste o no los medios no son neutrales, ni pueden serlo. ¿Suscriben, tal vez, la neutralidad ante el racismo, la xenofobia, la violencia de género, la agresiones medioambientales, etc? ¿Entonces? No son neutrales, pero, por fortuna, hay pluralidad y ahí está el valor de la democracia. Luego, legítimos son los posicionamientos de cualquiera de ellos. Eso sí, que no se olvide que no habrá democracia si no hay participación constructiva del ciudadano en el debate público y parece obvio que en la actual tesitura política esa participación casi puede hacerse exclusivamente y de forma constante a través de una prensa libre.
Por cierto, Jesús de Polanco, presidente del grupo Prisa, tan en el candelero estos días a propósito de una intervención suya en la última junta general de accionistas de su empresa, profundamente crítica contra el PP, que provocó que este partido haya decidido boicotear a este holding de comunicación, ya dijo hace unos años que la batalla política en nuestro país se libraba en los medios de comunicación. Se libraba y se libra, toca decir a la vista de los acontecimientos. Singular paradoja, cuando siempre se ha dicho que el maridaje entre política y periodismo no es aconsejable; o mejor, que cuanto más lejos se esté del poder político mejor periodismo se hace.
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