-De La Gaceta de Tucumán, Ar.
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El problema más urgente por resolver en la vacilante y por momentos imprevisible política exterior del país es sin duda el de las relaciones con la república hermana del Uruguay, a causa del conflicto de las empresas productoras de pasta de celulosa. Sus circunstancias son sobradamente conocidas para exponerlas en esta ocasión, pero la evolución de esta controversia a más de un año de crisis ha alcanzado un volumen desproporcionado, hasta el punto de convertir un diferendo zonal en una crisis que puso las relaciones de ambos vecinos al borde de la interrupción. Se trata de un hecho que perjudica considerablemente a la comunidad regional del Mercosur.
Atrapados por sus respectivas condiciones políticas internas, ambos gobiernos han demostrado no tener poder político suficiente para negociar contrariando intereses. Mientras el presidente uruguayo no se atreve a poner en duda la construcción de la pastera Botnia, el argentino no puede impedir los cortes de frontera que llevan a cabo las comunidades vecinales de la zona.
En ese punto, y cuando aún falta una tardía decisión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, el presidente Kirchner solicitó en Madrid una gestión al rey Juan Carlos I, que designó un facilitador -ya que no mediador por dificultados institucionales de la corona española- para promover acercamientos entre las partes. Para ello, se recurrió al embajador español ante las Naciones Unidas, Antonio Yánez Barnuevo, que en sucesivas reuniones en Buenos Aires y Montevideo llegó a puntos de coincidencia.
Sin embargo -y repentinamente-, el horizonte de esas tratativas se ha tornado desconcertante al anunciarse la realización de un acto masivo en Buenos Aires convocado por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, para protestar contra la visita de George W. Bush al Uruguay y su reunión con Tabaré Vázquez.
El hecho de que la visita de Chávez sea oficial y durante su estadía se realice un acto de esa naturaleza, coincidentemente en fecha con el de la vecina orilla, sugiere una grave falta de prudencia diplomática. Pero sorprende aún más que para su organización haya habido intervenciones de altos funcionarios locales y de organizaciones de piqueteros afines a los gobiernos nacional y bonaerense.
Una doble situación inexplicable se ha producido con ello: por una parte, el seguro endurecimiento del conflicto con Uruguay y, por otra, la lógica sorpresa con que en Madrid se recibió ese grave motivo de perturbación de la gestiones del embajador del rey Juan Carlos. Pero, además, y tangencialmente, voceros oficiales de nuestro Gobierno se esforzaron por señalar que las relaciones con Washington transcurren con buen nivel.
Ningún observador de la singular realidad descripta podría definir cuál es el rumbo o la finalidad de una conducción de política exterior que muestra una conducta tan errática. A la vez que se intenta resolver un diferendo internacional mediante la mediación diplomática, se adoptan decisiones políticas que dificultan este grave e inmediato problema: las relaciones con Uruguay. Se lo hace introduciendo en la cuestión un hecho de la naturaleza que representa el público y notorio enfrentamiento del presidente venezolano con el gobierno de George W. Bush.
¿Acaso el presidente Kirchner está dispuesto a pagar ese costo en la comunidad internacional para mantener un cajero como Chávez frente a las necesidades financieras del país?
Tal vez pueda haber alguna razón valedera en ello, pero los hechos de la política nacional en el orden interno -que nuestro presidente cuida con particular atención en el año electoral- tienen sin duda mayor gravitación para su gobierno y prefiere optar por un pragmatismo en nada favorable para los intereses de la Nación.
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