viernes, diciembre 01, 2006

La política exterior en la llamada confusión democrática

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La Crónica de hoy

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Por: Guillermo Puente Ordorica
Hace días el escritor José Saramago se refirió atinadamente a los tiempos de confusión democrática que vive México en alusión a la actual coyuntura política del país. La transición democrática ocurrida en el 2000 trastocó prácticamente todas las reglas del juego político, y la política exterior no es una excepción. Los actores políticos nacionales no han definido cuáles podrían ser los consensos que debían guiar nuestro proceso de consolidación democrática. Llevado al ámbito externo, la cuestión se centra sobre cuál debe ser la política exterior de un sistema democrático. Pensemos que en una democracia genuina resulta lógico pensar en la ocurrencia de una alternancia de poder cada tanto tiempo, decidida por los electores en las urnas, y en virtud de ello no puede esperarse que la política, sus grandes consensos, debiera definirse cada seis años en México.
La política exterior es parte constitutiva del conjunto de la política nacional. Un proyecto nacional incorpora los dos campos de acción política en la consecución de los intereses nacionales. Por lo tanto, es un instrumento fundamental para la promoción del desarrollo económico, político, cultural y social. Lo anterior lleva a la discusión del funcionamiento del sistema democrático del país, así como del papel que éste percibe debe jugar en el contexto internacional, en su calidad de nación democrática.
¿Puede una política exterior ser democrática? Suele decirse que esa política es asunto de unos cuantos y de poco interés para el público, pero en una época definida o influenciada por el fenómeno de la globalización parece pertinente crear mecanismos para acercar la “cosa pública” al grueso de la gente, al interés del individuo común. Además, los medios de comunicación, particularmente los electrónicos, ayudan a generar una conciencia global y, en esa medida, a que las personas reafirmen a la vez, como arte de un proceso dialéctico, su pertenencia al todo así como su diferencia frente a la otredad si bien en contextos y situaciones poco claras y hasta de incertidumbre, pues los mensajes y los procesos no son uniformes o unidireccionales.
Desde un punto de vista general, en democracia se tiene una sociedad abierta, y la relación entre gobernantes y gobernados es entendida como el Estado al servicio de los ciudadanos y no al revés, pero en sentido estricto cuando el individuo vota no está decidiendo el contenido de las decisiones políticas. Igualmente, el hecho de escoger representantes mediante elecciones no puede interpretarse como si los individuos elaboraran las leyes; tampoco libres por que hayan querido las leyes aprobadas por los representantes. Extendido el argumento a cuestiones internacionales, es por ello deseable que la definición de los intereses nacionales y de política exterior se diera a partir de una discusión ciudadana; entre actores políticos en busca de acuerdos y consensos. El proceso que lleva a la adopción de una decisión de política exterior dentro del marco de un sistema democrático, en el que existe una variedad de actores (partidos políticos, grupos de presión, opinión pública), debe ser producto de ese ejercicio.
Algunos expertos sostienen que “el estudio de la política exterior nunca puede limitarse a sus manifestaciones internacionales, sino que debe incluir el estudio de las estructuras y de las tendencias de la vida política interna, que constituye, en cierta forma, la `cara oculta´ de la política exterior.” Se dice con frecuencia, que ningún gobierno pierde electoralmente el poder por las decisiones que adopta en materia de política exterior, aunque éstas sean percibidas como negativas por el conjunto de una sociedad, al menos al nivel de algunos sectores de la opinión pública y de los grupos opositores. Los últimos seis años parecieran ilustrar esta aseveración.
No es exagerado pensar que la progresiva complejidad de los escenarios en los que deben tomarse decisiones de política internacional es cada vez más determinante en la relación de costo-beneficio tanto para los dirigentes como para la estabilidad del sistema político de una nación determinada. Los procesos globales no obedecen, ni consideran, las estructuras y necesidades locales no obstante que las determinan o impactan en el mejor de los casos.
Las relaciones internacionales en la globalización son complejas y de difícil manejo para los gobiernos y, por lo tanto, subsisten numerosas interpretaciones de un mismo fenómeno al interior de una sociedad en particular, al igual que propician circunstancias cambiantes que en ocasiones escapan a los mecanismos de representación tradicional de la democracia (partidos políticos, gobierno, instituciones), pero que tienen un impacto en las formas de hacer política exterior. Así, es fundamental que los actores políticos trabajen en la definición de mínimos acuerdos a partir de la necesidad de responder a la interrogante de ¿qué país queremos y hacia dónde queremos ir? más allá de las coyunturas políticas sexenales en beneficio de los ciudadanos y con el claro objetivo de consolidar nuestro sistema democrático de una vez por todas.
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