martes, diciembre 12, 2006

¿Es Trujillo la fantasía del pueblo dominicano?

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TONY RAFUL
-DE EL LISTIN DIARIO, MATUTINO DOMINICANO-

El tema Trujillo es fascinante, los dominicanos del siglo XXI hablan de este siniestro personaje con morbosa pasión e interés. ¿Cómo es posible que Trujillo, quien oprimió bajo la férula de una dictadura unipersonal a un país durante tres décadas, conserve una actualidad de la que no gozan otros personajes de la historia?

Recientemente participé en una tertulia de intelectuales, donde había varios jóvenes, y el tema de Trujillo concentró, bajo una hipnosis colectiva, a todos lo presentes en la narración de aquella gestión de poder basada en el terror, en la lealtad y en el caudillismo. Pienso que el tirano encarnó una voluntad de hierro en la formación y defensa de las instituciones creadas bajo su mando, que sirvieron a su perpetuación política; que él representó las virtudes y debilidades del ser nacional, en esa visión ideológica del hombre fuerte que premia y castiga a sus subalternos, que hubo un vacío en la conciencia nacional que provocó una búsqueda de amparo, que al mismo tiempo constituyó una fuerza telúrica de nación, con sus símbolos emblemáticos, orgullo, bandera, patriotismo, distorsionados bajo el ego monstruoso de un tirano, que hizo suya la necesidad colectiva de identidad usando para ello todas las armas de seducción, represión y control de la ciudadanía.

La liquidación física del tirano no supuso su desaparición histórica, cuando los bustos y las estatuas ecuestres donde cabalgaba el dictador fueron tumbados y hechos trizas por la ira popular. El doctor Joaquín Balaguer, quien inició el proceso de destrujillización y democratización en el país con el trascendental discurso pronunciado en la Asamblea General Anual de la Organización de Naciones Unidas, donde expuso la barbarie de la dictadura defenestrada el 30 de mayo de 1961 y la necesidad del tránsito hacia la democracia, conservó hasta el último de sus días el rostro cincelado en bronce de uno de los bustos echados a tierra, de Trujillo. ¿Dónde estaba la magia oscura de este tirano, a quien sus colaboradores admiraban aunque sintieran repugnancia por sus actos, y algunos de sus más enconados adversarios no dejan de martillar su nombre, como una sombra omnipresente, del cual no se ha dicho todavía todo lo que debe saberse y decirse, y de quien se han dicho cosas incompletas o no necesariamente ciertas? Si Trujillo fue todo lo malvado que se dice que fue, y yo estoy convencido de que lo fue, cómo se explica el comportamiento sumiso, degradado, servil, de una parte significativa del pueblo dominicano. Solamente puñados de héroes, modelos éticos, personalidades impolutas, tres mujeres como diosas de la libertad, desafiaron aquella pesadilla de horror infinita.

Toda nueva obra sobre Trujillo constituye una atracción, un aporte sobre esa personalidad tan compleja y difícil de situar en la urdimbre social de sus actuaciones, como si los dominicanos de hoy se ataran a su recuerdo, con masoquismo histórico, bordeando las aventuras del hombre más osado, agresivo y asesino que haya dado el proceso de la sociedad dominicana. Trujillo no tiene parangón, ninguno de los dictadores y tiranos de la historia de nuestro país se le asemeja, ninguno, ni Santana ni Lilís alcanzan su dimensión, su absoluta visión del destino en la fusión de su vida con la vida de una nación.

Decía un joven escritor peruano, Santiago Roncagliolo, galardonado internacionalmente por sus obras narrativas, que percibía en el país una presencia fuerte de Trujillo en todos los ámbitos donde visitaba. Quienes pensaron que esa presencia del tirano era consecuencia del predominio del doctor Balaguer en la vida nacional y que terminaría cuando Balaguer muriera, se equivocaron grado a grado en su apreciación, pues Trujillo es un misterio histórico, la fantasía más prolongada del pueblo dominicano, su torcedura espiritual más concreta, su nivel de realizaciones esplendentes y autoritarias más castrantes, su “síndrome de Estocolmo” más extendido en su memoria histórica.

Es un error suponer que hemos perdido la memoria histórica, lo que hemos perdido es la orientación ética de la historia; el olvido de los héroes y mártires y de la nobleza de sus vidas, no es producto de la amnesia, sino de la gradación inferior en la jerarquía del pensamiento histórico.

En el caso de Trujillo, su actualidad deviene no del fracaso de la democracia como sistema, porque Trujillo fue un fracaso en la supresión de las desigualdades y su cacareado clima de seguridad fue una ficción propia del terror difuso y del mayorazgo de horca y cuchillo, sino de la empatía con “la sombra”, que los sicólogos y analistas de la conducta humana llaman la parte oscura de los seres humanos, ese desconcierto de desear y querer lo que nos oprime, nos hiere, nos vulnera.

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