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Alejandro Armengol
-DE EL NUEVO HERALD, MIAMI-
Desde que el 31 de julio el gobernante Fidel Castro anunció que había sido sometido a una delicada operación quirúrgica y que delegaba todos los poderes, sólo Raúl Castro y un círculo muy reducido conocen el estado de salud del mandatario.
El ya célebre “secreto de Estado”, decretado por el propio gobernante en lo que respecta a divulgar informaciones sobre su salud, se ha convertido en fuente constante de rumores y creado una incertidumbre casi total en Cuba y el extranjero en lo que respecta al destino de Fidel Castro.
Este secreto tan bien guardado sólo ha cumplido con éxito una misión: impedir la más mínima fuga o filtración. Por lo demás, la ausencia de partes y los comentarios socorridos de importantes funcionarios del régimen señalando que el mandatario mejora y que volverá en algún momento al poder sólo han logrado ganar tiempo para supuestamente Raúl consolidar una posición que desde el primer día ha desempeñado sin obstáculos y con el estilo que evidentemente desde hace muchos años había decidido que adoptaría de llegar el caso.
Pero el hermetismo ha sido tan absoluto —algo por lo demás típico de un gobierno totalitario— que tampoco quienes afirman que el gobernante está agonizando o tiene una enfermedad terminal han podido mostrar pruebas al respecto.
Entre las especulaciones más recurrentes está que Castro tiene un cáncer de colon que le ha hecho metástasis, lo que le daría aproximadamente un año de vida. También se afirma que éste se niega a someterse a un tratamiento de quimioterapia, pero hasta ahora no han habido datos que permitan corroborar las afirmaciones.
La presencia en La Habana del cirujano español José Luis García Sabrido ha venido a complicar la labor de conservar el secreto de Estado. No porque el célebre médico y su equipo vayan a divulgar cualquier información al respecto, sino porque inevitablemente se ha ampliado el círculo de conocimiento.
La noticia del viaje a Cuba de García Sabrido ya ha recorrido los diarios de todo el mundo. Ello en medio de un feriado. Hoy se dispararán las especulaciones. Los periodistas comenzarán a preguntarle a otros médicos y surgirán las preguntas: ¿Qué razones adicionales llevaron a La Habana a buscar la ayuda del cirujano, además de su excelencia clínica y el ser un especialista en trastornos intestinales? ¿Fueron sus estudios sobre el cáncer del páncreas? ¿Tuvo que ver su participación en un congreso de cirugía celebrado recientemente en la Isla?
Pero por encima de cualquier especulación, está el hecho de que los médicos cubanos se vieron en la necesidad de recurrir a un especialista internacional y decidieron no asumir ellos solos la responsabilidad del caso. Resulta irónico que un gobernante que tanto énfasis ha puesto en la medicina nacional por tantos años termine en las manos de un galeno extranjero. También coloca a la Isla en su verdadera dimensión —en lo que a avances de los servicios de salud se refiere— el que ahora se sepa que desde el principio de la enfermedad del mandatario los facultativos cubanos han estado recurriendo a la asistencia española en productos médicos y de que sea necesario el trasladar a Cuba equipos más modernos en el intento de salvarle la vida.
Además de una decisión política, el decreto del “secreto de Estado” fue una última muestra de arrogancia de Fidel Castro. Se convirtió en portavoz de su propia enfermedad. Sólo que al mismo tiempo no pudo lograr la obediencia de su cuerpo. Si algo resulta evidente en estos casi cinco meses de su ausencia, es que la recuperación no ha sido posible hasta el momento. Cada día que pasa, el secreto se convierte más en una derrota.
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martes, diciembre 26, 2006
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