lunes, septiembre 17, 2007

Soto, Hipólito, Leonel ¿Quién ganó ese match?

El ex presidente Mejía desata una polémica con su antiguo jefe militar con un saldo doloroso: la confrontación hizo aflorar elementos indicadores de cómo se vio amenazada la institucionalidad en el 2004.

Por Osvaldo Santana / El Caribe

Elecciones 2004. En el choque ha emergido el denominado “Plan B”, denunciado en esos comicios.

Lo horrible del diferendo Hipólito Mejía y José Miguel Soto Jiménez es que sus relaciones terminaran de esa manera, pero según el sentido histórico de las mismas, estaban condenadas a llegar a su fin.

Primero, porque el general tenía que romper amarras con el ex Presidente, para dimensionar sus aspiraciones políticas. Segundo, porque Mejía no se lo imaginaba de otra forma que no fuera bajo su dominio, como una herencia eterna de José Francisco Peña Gómez.

La historia de las relaciones entre Mejía y Soto Jiménez están precisamente mediadas por Peña Gómez, con quien el general se relacionó mucho antes de que el ex Presidente se vinculara al Partido Revolucionario Dominicano. Datan de mucho antes de la Revolución de Abril.

El padre de Soto Jiménez, Freddy Soto, comerciante importante de la zona del Mercado Nuevo en el viejo Santo Domingo era un importante contribuyente del PRD, a través de Peña Gómez, quien usualmente se refugiaba en su vivienda. Ahí se fundamenta esa relación.

El joven teniente de la década del 80, entonces amante de la poesía, se acerca al poder perredeísta a través de la secretaría de las Fuerzas Armadas de Ramiro Matos González, a quien le asiste y con quien comparte ideas literarias.

Pero ya antes se había envuelto en una relación directa con el poder, como uno de los escoltas del presidente Balaguer, a la que probablemente llega por la relación de su abuelo trujillista Cuchico Jiménez con el caudillo de Navarrete.

Hipólito Mejía hereda de Peña Gómez sus relaciones con el joven militar, antiguo jefe de los cazadores de montaña de Constanza, quien en el primer gobierno de Leonel Fernández termina como agregado militar en Washington, después de la difícil crisis de 1994, cuando Soto Jiménez, el general Disla, Polanco Salvador, Sigfrido Pared Pérez y demás jóvenes oficiales se comprometen con el respeto a la voluntad popular.

¿Pero qué desata los demonios en las relaciones de Soto Jiménez e Hipólito? Necesariamente el empeño del entonces secretario de las Fuerzas Armadas por promover su proyecto de la V República, y con el mismo sus reiteradas peticiones al presidente Leonel Fernández para que acuda a sus “tertulias”.

El momento escogido por el candidato del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) no podía ser mejor, pues está en campaña y cualquier movimiento que realice en esa dirección tiene que ser visto en esa perspectiva.

Que el mandatario se reuniera con Soto Jiménez para decirle que iría a la tertulia, que hablaran de literatura y lógicamente de política, y al final saliera un nombramiento de tercera categoría de Yesenia, la hija del general, ha desatado la ira del ex presidente Mejía, quien no se había irritado cuando la joven había sido designada en el primer gobierno de Fernández en la embajada de Washington en un puesto de poca importancia, al margen de sus conocidas simpatías con el PLD.

Sólo el futuro permitirá contextualizar en su justa dimensión una inusitada fricción entre un ex Presidente y su ex secretario de las Fuerzas Armadas en República Dominicana.

Fernández, el vencedor de un choque

Queda claro que del enfrentamiento entre Soto Jiménez y Mejía el gran ganador es el presidente de la República, que supo seleccionar el momento para juntarse con el forjador del movimiento ya abiertamente político V República.

Al margen de cualquier consideración, Fernández queda obligado a mantener una cercanía con el ex militar, con quien tiene coincidencias sobre la república del futuro.

No fue casual que el Gobierno divulgara una designación de una hija de Soto Jiménez como agregada de la embajada dominicana en Madrid.

Obviamente, el asunto iba a ser manejado en el contexto de las negociaciones convenientes (por insignificante que fuera la designación) que desarrollaba el mandatario con pequeños partidos.

La derrota hay que computársela al repentista Mejía, quien sin previamente llamar a Soto lo acusó de traición. Se hacía una vez más daño con su lenguaje ofensivo.

Queda como un dato grave para la historia las revelaciones de que el ex Presidente permitió que militares subalternos, al margen del secretario de las Fuerzas Armadas, conspiraran contra la voluntad popular, lo que vendría a ser el fallido Plan B.

Y la gran víctima, por más que lo censuren, es Soto Jiménez, quien no tiene hipotecada sus ideas y mucho menos su futuro como ciudadano con todo derecho a ejercer sus deberes políticos y sociales.

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