Por principio, la única opción no válida en democracia sería la posibilidad de eliminar la democracia misma. Frente a la democracia la cuestión a evaluar siempre es su eficacia
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Por David Álvarez Martín / El Caribe, Matutino Dominicano
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La sociedad dominicana arrastra un pesado fardo que proviene de la dictadura trujillista. Debido a la novedad de la democracia -no más de 150 años en Occidente y más reciente en sociedades como la nuestra- es natural que la manera de pensar forjada en tiranías perviva por más de una generación que experimenta con los modos democráticos.
Lo primero y fundamental: es democrático el ejercicio del poder que se legitima en la voluntad de las mayorías frente a los temas que nos conciernen a todos y en frecuencias de tiempo razonables, dentro de una amplia pluralidad de opciones.
Por principio, la única opción no válida en democracia sería la posibilidad de eliminar la democracia misma. Frente a la democracia, la cuestión a evaluar siempre es su eficacia.
La democracia desde su origen en la Atenas clásica ha tenido fuertes detractores.
El más brillante sin dudas es Platón. Si sometemos el destino de una sociedad a la voluntad de la mayoría -esbozo aquí la tesis platónica- el resultado será: o una decisión al nivel de dicha mayoría o la manipulación de las mayorías por parte de minorías hábiles.
En ambos casos no tendríamos los mejores destinos sociales posibles. Por eso Platón propone el gobierno de los más sabios. La función de gobierno demandaría tal nivel de especialización que no debería depender de la opinión o voluntad de la mayoría, al igual que no es por mayoría que se decide quien es cirujano, poeta, músico o ingeniero, por poner ejemplos actuales.
La democracia sólo nos puede ofrecer gobiernos, congresos y municipios a la altura del conjunto de las sociedades donde se ejerce. Es reflejo en tal caso de las creencias, mitos, valores, niveles educativos y desarrollo económico de cada sociedad, incluso cuando la voluntad de la mayoría sea influenciada por la propaganda de determinados grupos.
El único límite real a la democracia es el desconocimiento de la voluntad de dicha mayoría o su tergiversación mediante artilugios provenientes de los mecanismos de poder.
Modificar una sociedad democrática conlleva grandes esfuerzos y sagacidad, si lo reducimos al plano político y social, por eso la tentación de la dictadurasiempre está latente, especialmente entre los sectores de clase media y privilegiados cuando no disfrutan del nivel de vida que consideran merecer.
Pero -cosa curiosa- es relativamente sencillo hacer modificaciones en sociedades democráticas en base a la prosperidad económica generalizada. Esa es la experiencia histórica del siglo XX.
David álvarez Martín es filósofo
davidalvarez144@yahoo.com
martes, septiembre 11, 2007
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