sábado, octubre 13, 2007

La columna de Miguel Guerrero

Por Miguel Guerrero / El Caribe

En la esfera oficial cobra fuerza cada día, la falsa idea de que todo reclamo al gobierno es un acto de oposición política. Esto es algo muy común en las etapas finales de un gobierno, cuando las cosas comienzan a salirse de cauce y los temores y ansiedades se asientan en ese litoral.

Por lo general, muchas de las observaciones que cotidianamente se formulan a las actuaciones de los funcionarios y del presidente mismo están fundamentadas en un propósito total y absolutamente distinto al que usualmente se le atribuye.

Como he escrito en varias ocasiones, nadie en su sano juicio quiere el fracaso del mandato actual, como tampoco quería esa suerte para el anterior o para los que estuvieron antes. Por el contrario, la gente ora para que la economía mejore y cada año sea un período de progreso y crecimiento.

Sin embargo, esa verdad no cala en el oficialismo. Y prevalece allí la tendencia a atribuirle intenciones malignas a cualquier expresión contraria a una directriz o política proveniente del sector público.

Se pasa por alto la realidad que entraña el ferviente deseo de cooperación que llevan consigo muchas de esas críticas. Casi siempre, la gente reacciona contra el gobierno por el deseo de que las cosas se hagan mejor o de otro modo, sin que ello signifique una muestra de rechazo.

En lugar de despertar las iras oficiales, la indignación popular por una medida o iniciativa errática del Gobierno debería propiciar caminos libres de celos y resentimientos que conduzcan a un ambiente de entendimiento.

Un mejor servicio se le presta al Gobierno cuando se le critican sus malas acciones que cuando se las aceptan sólo para mantenerse cerca de la esfera de poder, o como se dice popularmente entre nosotros, “donde el capitán los vea”.

El rechazo a aceptar las diferencias termina aislándolo de la población, como podría ocurrir ahora.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do

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