El Nacional, Vespertino Dominicano
POR RADHAMÉS GÓMEZ PEPÍN
Escribí el lunes 19 de mayo -tres días después de las elecciones- que la felicitación de la Organización de Estados Americanos (OEA) y del Gobierno de Estados Unidos a los ganadores era como un clavito en el zapato, porque también ambas deploraban el uso de recursos del Estado en favor de la reelección triunfante.
Decía que el Gobierno a inaugurarse el 16 de agosto, una extensión del actual, tenía que caminar bien derecho, "sin desviaciones hacia ningún lado y, de haber alguna, que sea hacia la derecha. Está bien cogido por el pichirrí."
Y esto debía ser así, explicaba, porque cualquier desviación hacia otros rumbos repercutiría hasta la maquinaria publicitaria de la OEA, pero sobre todo la de Estados Unidos, para recordar que el Gobierno que se salía del carril era producto del uso indebido de dichos recursos.
Y continuaba así:
"Nada de agradecimientos públicos al presidente Chávez por el favor petrolero que nos hace, así como tampoco reconocimientos de ninguna índole a Fidel, Evo, Correa y quizás tampoco a Cristina. Nada de autonomía ni de dignidad o independencia".
Pues bien, durante el último día de la fracasada cumbre de 183 países de la FAO en Roma, el presidente Leonel Fernández hizo ayer todo lo contrario de cuanto le "aconsejaba" en ese parrafito.
Reconoció cuanto hacen las naciones dirigidas por esas personalidades en favor de los pueblos del mundo y si bien es evidente que se trató de un acto de justicia, no menos cierto es que podría provocarle disgustos a los centros de poder en Washington, que contagiarían a la dócil OEA.
Y no es que yo crea que Leonel haya cambiado de rumbo en su orientación política de años, sino que en Washington son muy celosos con sus intereses y no entienden ciertos gestos que escapan a la hipocresía de la diplomacia.
Confieso que pocas veces en la vida me he sentido tan satisfecho como esta mañana al leer las declaraciones de nuestro Presidente, pero no albergo ni la más mínima ilusión en un cambio de miras.
Fue como ponerme un tapón en la boca para que no dijera pendejadas y me sentí bien satisfecho y merecedor por haberlo recibido.
Pero no me hago ilusiones, porque las cosas no pasarán de ahí y, para suerte mía, todavía tiene vigencia aquello de que "soñar no cuesta nada".
Por eso, sobre todo, no deseo despertar de este sueño. Y lo agradezco.
Lástima que no haya sido más prolongado. ¿O lo será?
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