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Por segunda vez en cuatro meses, el presidente iraní, Mahmoud Ahmadineyad, visita Latinoamérica. El turno le toca en esta ocasión a Ecuador, cuyo presidente asume cargo hoy. Los populistas se alían, opina Mirjam Gehrke.
"Estados Unidos tiene la culpa de todo lo malo que sucede en este mundo: de la pobreza, la guerra y la explotación". En consecuencia, los enemigos de Washington se alían en la lucha contra el imperialismo. A esta lógica aplastante parece obedecer la nueva amistad entre el presidente iraní, Ahmadineyad, y su homólogo venezolano.
En el fondo, lo que a los señores presidentes les preocupa es que el precio del petróleo se mantenga estable. Estable a niveles altos. Puesto que, sólo gracias a los millones de "pretodólares" que llenan sus arcas, pueden financiarse los programas sociales que combaten la pobreza, el hambre, el analfabetismo y mejoran la asistencia sanitaria.
Tanto Chávez como Ahmadineyad, sin embargo, negarían en cualquier caso el hecho de que odiado imperio estadounidense es parte imprescindible en esta ecuación. Cierto es que el actual boom en la demanda petrolera viene animado por China, que se ha convertido en el segundo consumidor mundial de crudo por detrás de Estados Unidos. Pero al mismo tiempo, la industrialización china se apoya principalmente en las inversiones de los consorcios occidentales, por lo general procedentes de Estados Unidos o de la Unión Europea, que producen barato en el Imperio del Sol y desde allí abastecen al mercado internacional de acero, artículos electrónicos, zapatos y juguetes de plástico.
Y la industrialización exportadora de China depende en gran medida de la demanda estadounidense. Así se cierra el círculo. Por lo que el derrumbe del Imperio, tantas veces pronosticado por Hugo Chávez, no puede estar realmente en consonancia con los intereses de los populistas del petróleo.
Que las estructuras económicas globales conducen a la pobreza y a la explotación, a un aumento cada vez más significativo de la brecha que separa a ricos y pobres, puede observarse con especial claridad en la realidad social de América Latina: lo que allanó al mismo tiempo el camino a los gobiernos de izquierda que durante este año llegaron al poder, o fueron confirmados en sus puestos.
El momento histórico facilita las nuevas alianzas entre Teherán y Latinoamérica, puesto que la política exterior estadounidense se encuentra sumida cada vez más en la crisis: Washington carece de poder en Oriente Próximo, en América Latina tiene políticamente poca influencia. Y en África es Europa quien intenta hacerse notar.
Esta situación debe resonar en los oídos de Chávez y Ahmadineyad como una llamada a la hermandad. Pero políticamente resulta muy cuestionable que, con tanto populismo y odio compartido a Estados Unidos, caigan en el olvido las violaciones de los derechos humanos que se producen en Irán. Quien, como Hugo Chávez, se une a un régimen que se basa en el fanatismo religioso, no tiene en cuenta los derechos de las mujeres y persigue a los disidentes de izquierda, los encarcela o los hace asesinar, debería preguntarse en base a qué criterios elige a sus aliados políticos.
Irán y Venezuela han creado un fondo de 2.000 millones de dólares para ayudar a los países pobres a librarse de la influencia política y económica de Estados Unidos. Suena tan bien que tras él no pueden ocultarse más que las propias aspiraciones de hegemonía política y económica.
En consecuencia, para Estados Unidos todo esto debe significar que seguir tratando a Irán como un Estado canalla es tomar el camino equivocado. En consecuencia, para Europa esto debe significar que la alianza con América Latina debe consistir en algo más que en meras palabras, renovadas cada dos años en cumbres internacionales sin que se profundice realmente en las relaciones políticas y económicas. Y la izquierda americana de Latinoamérica no debe dejarse convencer por el antiimperialismo populista y caer en la trampa de un negador del Holocausto como Ahmadineyad.
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