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Por Julio César Moreno
De La Nación, Chile.-
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Hasta el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, Augusto Pinochet era un desconocido en el resto del mundo, e incluso en el propio Chile. Pero, a partir de entonces, el rostro de ese general duro, cetrino, que a veces usaba gruesos anteojos oscuros -muy distinto a la del anciano encanecido, gordo y de mirada extraviada de los últimos tiempos- empezó a llenar las páginas de los diarios y revistas y las pantallas de TV.
El presidente Salvador Allende había muerto durante el bombardeo al Palacio de la Moneda, y con su muerte también murió la "vía chilena al socialismo", que tantas expectativas creó en América latina y Europa. Pero la izquierda (socialistas, socialdemócratas, comunistas) no hizo una lectura crítica del fracaso del gobierno allendista y atribuyó el golpe pinochetista a una reacción de la ultraderecha chilena mancomunada con el imperialismo norteamericano.
Sin embargo, hubo excepciones. Enrico Berlinguer, entonces líder del poderoso Partido Comunista Italiano, lanzó en la revista Rinascita -poco después del golpe chileno- la idea de un "compromiso histórico" entre las grandes fuerzas democráticas de Italia (democristianos, socialistas y comunistas). Esa idea se fundaba en las lecciones dejadas por la tragedia chilena, en particular esa profunda fractura que se había producido en la sociedad y entre los partidos democráticos durante el gobierno de Allende.
Si la izquierda en el gobierno (socialistas, comunistas y radicales) hubiera sellado un compromiso de defensa de las instituciones con la democracia cristiana, no hubiera habido golpe militar en Chile. Pero la izquierda chilena, en vez de buscar ese acuerdo, se empeñó en un proyecto hegemónico y de acumulación de poder político que a la postre le resultó fatal. Quiso hacer una revolución desde el poder -eludiendo el lento camino del reformismo democrático- y terminó desencadenando una contrarrevolución.
La lección fue aprendida y, 15 años después, la democracia cristiana y los partidos de centroizquierda (socialistas, radicales y otros) formaron una coalición -la Concertación Democrática- que desde 1990 gobierna en Chile, con la competencia de una fuerte centroderecha integrada al sistema democrático y republicano. Los chilenos hicieron su propio "compromiso histórico", antes y mejor que los italianos.
La cuestión parece cerrada, y en toda América latina las izquierdas y las derechas parecen haber encontrado el camino de la convivencia democrática y el reformismo, pese a los recurrentes conflictos. Pero en la historia las grandes cuestiones nunca terminan de cerrarse y a veces vuelven los antiguos debates. El ex piquetero y ex funcionario Luis D Elía, que a muchos defectos suma el mérito de hablar sin pelos en la lengua, dijo hace un tiempo que se consideraba parte de la izquierda del gobierno del presidente Néstor Kirchner, en contraposición a la derecha enquistada en ese gobierno. Y dijo, de paso, que había que volver a esa distinción entre izquierda y derecha peronista que se hizo en los años 70.
Es una opinión tan respetable como cualquiera, pero habría que recordar que esa distinción se transformó en enfrentamiento abierto e hizo fracasar la democracia, tanto en Chile como en la Argentina.
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jueves, enero 11, 2007
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