Me alegra mucho que el compañero Manuel Duran, presidente federal del PRD en EEUU ¡Enhorabuena! Me haya enviado este artículo de Margarita Cordero, una mujer de temple de acero, periodista inflexible y exigente si se quiere; cuando de decir verdades y defender los derechos del pueblo se trata, a las hermanas Cordero, Dignora, Margarita y Selenia las conozco desde la flor de sus adolescencias en aquel abril de 1965, en que el pueblo dominicano empezó la gran jornada de crecimiento y búsqueda de identidad propia; que después hemos vivido. El trabajo de Margarita no deja espacio a dubitaciones, certero y realista, encuadra en la nueva realidad del partido que de repente y sorpresivamente, sin que nadie lo esperara; se nos vino encima, Milagros (mi candidata) y Miguel, dieron ejemplar muestra de civismo y madurez partidaria. ¡Tenemos un nuevo partido! Ese nuevo partido va ajustarse a los nuevos tiempos como tiene que ser. Disfruten la lectura de Margarita compañeros. (MI)
Por Margarita Cordero
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La convención del PRD es diversa en sus consecuencias. No fue sólo la elección de un candidato presidencial. Fue mucho más. Fue, por ejemplo, la decantación de los perredeístas entre la propuesta ético-política de Milagros Ortiz Bosch y la propuesta pragmática de Miguel Vargas Maldonado, promesa y esperanza de retorno a un poder que, desde hace mucho tiempo, no exige otra estrategia que la de llegar a él. Y esta opción lo fue también del partido que quieren en lo adelante.
La convención fue organizativamente ejemplar en el más amplio y gozoso sentido de la palabra. Gracias a la Comisión Organizadora, sí, pero también a la atemperación de las pasiones que otrora despertaban y desbordaban los líderes en conflicto. Ya no se opta entre la socialdemocracia radical de Peña Gómez y las ambiciones inanes de cualquier otro; se elige a quien ofrezca mayores garantías de volver o conservar el poder, y la conciencia de ello hace razonables a las personas. Desideologizados, en el moderno y engañoso sentido del término, se preguntarán entonces los perredeístas de qué sirve enredarse en infecundas discusiones sobre la dimensión político-social de una candidatura. Porque ¿quién discute hoy sobre esas cosas, tan parecidas a la disputa escolástica sobre cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler? Infumable bizantinismo en este ¿hipermoderno? siglo XXI dominicano.
La convención logró asimismo, quizá sin proponérselo, remozar el liderato perredeísta. En uno y otro sector, los sempiternos dirigentes han quedado rezagados de un grupo de hombres y mujeres jóvenes que echaron la pelea por la candidatura preferida. Y que reclamarán ahora la primacía frente a quienes tienen como única credencial los antañones blasones de una historia en la que anclaron para siempre. Una historia que ya no le sirve a nadie. ¿Augurio de abandonar prácticas que han minado la fe ciudadana en la política y en los políticos? No es del todo seguro. En el pensamiento social y político, las jóvenes son las ideas, no quienes las sustentan.
La convención fue masiva. Sólo los cerriles adversarios del PRD osan poner en duda que en ella participaron casi ochocientos mil ciudadanos y ciudadanas convencidos de que decidían sobre la vuelta al poder, con propuestas o sin ellas. Decente y sosegada, proyecta del perredeísmo una imagen que desarma a muchos: el PRD no es ya el partido tumultuoso y pendenciero que sus adversarios desearían irredimible. Con esto tuvo que ver, y es mérito compartido, la altura de la campaña interna –que no debate, porque nunca lo hubo-.
Toca a Miguel Vargas Maldonado, entre otras urgentes y numerosas tareas, convertir en impronta lo que hasta ahora es sólo circunstancia. Ojalá se lo proponga y lo logre.
La convención fue organizativamente ejemplar en el más amplio y gozoso sentido de la palabra. Gracias a la Comisión Organizadora, sí, pero también a la atemperación de las pasiones que otrora despertaban y desbordaban los líderes en conflicto. Ya no se opta entre la socialdemocracia radical de Peña Gómez y las ambiciones inanes de cualquier otro; se elige a quien ofrezca mayores garantías de volver o conservar el poder, y la conciencia de ello hace razonables a las personas. Desideologizados, en el moderno y engañoso sentido del término, se preguntarán entonces los perredeístas de qué sirve enredarse en infecundas discusiones sobre la dimensión político-social de una candidatura. Porque ¿quién discute hoy sobre esas cosas, tan parecidas a la disputa escolástica sobre cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler? Infumable bizantinismo en este ¿hipermoderno? siglo XXI dominicano.
La convención logró asimismo, quizá sin proponérselo, remozar el liderato perredeísta. En uno y otro sector, los sempiternos dirigentes han quedado rezagados de un grupo de hombres y mujeres jóvenes que echaron la pelea por la candidatura preferida. Y que reclamarán ahora la primacía frente a quienes tienen como única credencial los antañones blasones de una historia en la que anclaron para siempre. Una historia que ya no le sirve a nadie. ¿Augurio de abandonar prácticas que han minado la fe ciudadana en la política y en los políticos? No es del todo seguro. En el pensamiento social y político, las jóvenes son las ideas, no quienes las sustentan.
La convención fue masiva. Sólo los cerriles adversarios del PRD osan poner en duda que en ella participaron casi ochocientos mil ciudadanos y ciudadanas convencidos de que decidían sobre la vuelta al poder, con propuestas o sin ellas. Decente y sosegada, proyecta del perredeísmo una imagen que desarma a muchos: el PRD no es ya el partido tumultuoso y pendenciero que sus adversarios desearían irredimible. Con esto tuvo que ver, y es mérito compartido, la altura de la campaña interna –que no debate, porque nunca lo hubo-.
Toca a Miguel Vargas Maldonado, entre otras urgentes y numerosas tareas, convertir en impronta lo que hasta ahora es sólo circunstancia. Ojalá se lo proponga y lo logre.
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