viernes, febrero 23, 2007

El liderazgo internacional

Tiempo de hoy

Por Alfonso Guerra

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En cada época los pueblos han aceptado el liderazgo mundial del país que más garantías ofrecía a los derechos y al bienestar. Finalizada la Primera Guerra Mundial Estados Unidos de Norteamérica alcanzó un nivel de potencia e influencia que le colocó a la cabeza de los miembros de la comunidad internacional. Es después de la Segunda Guerra Mundial cuando su papel será disputado por la Unión Soviética en un contexto de guerra fría que enfrentaba dos modelos de organización social y política, el capitalista y el comunista.

Los pueblos de los Estados democráticos desconfiaban de la política imperialista de los EE UU pero rechazaban la propuesta comunista como inviable por la ausencia de libertad.

Durante los años dorados de la economía de los países occidentales, con gran crecimiento del bienestar de la población, la política internacional de EE UU provocó un sentimiento crítico hacia los gobiernos norteamericanos, especialmente por su compromiso con la Guerra de Vietnam y por su participación en las acciones contra los regímenes democráticos en la América hispana, muy especialmente por su complicidad con el derrocamiento del presidente Allende y el apoyo al dictador Pinochet en Chile.

Derechos humanos
Tras el hundimiento de la URSS y en un tiempo de recuperación democrática en los países de Iberoamérica surgió la posibilidad de recuperación del liderazgo estadounidense. Pero la aparición en la escena internacional del terrorismo islamista, con el brutal atentado de las Torres de Nueva York, provocó que un presidente que había alcanzado el poder de manera irregular –nunca pudo certificar haber ganado las elecciones– emprendiera una estrategia de combate al terrorismo internacional que le conduce, mediante arriesgadas mentiras en Naciones Unidas, a la ocupación de Iraq, con una opinión publica mundial que no cree sus argumentos. George Bush sostiene que la invasión tendrá efectos benéficos para el mundo: desaparecerá el terrorismo en la zona, se estabilizará el conflicto israelo-palestino y se reducirá notablemente el precio del crulaciones do. Ninguna de estas previsiones se han visto cumplidas, sino que más bien han tenido el resultado contrario.

A tanto despropósito hay que añadir lo más grave. La operación se ha ejecutado con absoluto desprecio de los derechos humanos: vuelos de la CIA en busca de sospechosos que son raptados y desplazados para ser torturados en terceros países; cárceles secretas; campos de internamiento como Guantánamo en los que los detenidos pueden permanecer durante años sin acusación concreta, sin abogados, sin recurso posible, pues no están considerados como reos de delitos concretos, ni como combatientes sometidos a las resoluciones de Ginebra; cárceles como Abu Ghraib, en las que se tortura y humilla a los detenidos, y un largo etcétera de violaciones de los derechos que sitúan al mundo en pleno siglo XVIII.

Este retroceso en los derechos es observado con indiferencia por los gobiernos, cuando no con su colaboración, lo que ha creado un agotamiento de la conciencia moral de la opinión pública que no apoya las violaciones de los derechos pero no tiene confianza en que sus actitudes puedan cambiar las cosas.

Las organizaciones y las personas preocupadas por las graves consecuencias de esta situación tienen la obligación moral de realizar una labor pedagógica que sirva para ampliar el círculo de los ciudadanos que no están dispuestos a admitir indiferentes un retroceso que hace inútil los esfuerzos que durante siglos han realizado millones de personas y muchas organizaciones políticas, culturales y sociales en el combate por un mundo dominado por la ley y la garantía de los derechos de las personas. Si los valores abstractos de principios y reglas morales no son suficientes para movilizar las conciencias, al menos bastaría considerar la hipocresía de los poderosos del mundo cuando intentan ofrecer un espíritu altruista de lucha por la libertad que esconde un indigno aprovechamiento personal. El presidente Bush y el vicepresidente Dick Cheney no deben estar descontentos con la catástrofe que han organizado en Iraq, ni con sus consecuencias en todo el mundo, porque sin duda ellos han cubierto sus expectativas: están sentados sobre unos pozos de petróleo que representan una de las mayores reservas del mundo, y las empresas ligadas a ellos personalmente han hecho grandes negocios con las concesiones que les han hecho para la reconstrucción de Iraq. La lucha por la dignidad y la verdad debería llevar a los ciudadanos que creen en un humanismo no obligadamente comprometido con la política concreta a expresar en todas las ocasiones que puedan un testimonio que se multiplique y sirva para desenmascarar a los que tras el velo de la política son vulgares facinerosos.

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