Por Milton Morrison
De El Caribe, Matutino dominicano.
Pude percibir con preocupación cómo distorsiones conductuales humanas, como la corrupción, se habían enquistado en las estructuras sociales de algunas naciones al punto de repercutir negativamente en su desarrollo.
“La complicidad social o colectiva es la base para que la corrupción permee todos los estratos sociales” Mientras estudiaba en la Universidad de Bradford, Inglaterra tuve la oportunidad de organizar en la facultad de estudios sociales unos encuentros muy interesantes sobre temas variados de desarrollo.
Recuerdo aquel primer debate que organicé cuyo invitado fue el profesor Espíndola, inglés de origen chileno, director del Departamento de Estudios Europeos.
El tema de discusión fue la corrupción y el desarrollo, y los participantes provenían de todos los continentes, sobre todo de países en vías de desarrollo.
Aquella tarde pude percibir con preocupación, cómo distorsiones conductuales humanas como la corrupción se habían enquistado en las estructuras sociales de algunas naciones de tal manera que repercutían negativamente sobre la distribución de ingresos y el desarrollo.
Un gran aprendizaje fue entender que para llegar a ser una nación desarrollada debíamos acometer tres objetivos donde la corrupción no ha de tener espacios.
Primero, proveer a las personas de la capacidad de resolver sus necesidades básicas; segundo, permitir que cada individuo se desarrolle en un estado de derechos que le permita respetar y ser respetado, y por último, no cercenar su libertad de elegir.
Recuerdo los comentarios de mis amigos de Nigeria, Bangladesh y Etiopía. Sus países eran ejemplos palpables de la descomposición que produce la corrupción cuando escala las diversas capas sociales, degenerando en grandes desigualdades.
De aquel encuentro concluí que la complicidad social o colectiva es la base para que la corrupción permee todos los estratos sociales.
Ejemplo de ello se observa en el robo de la energía, donde quien se la roba no es denunciado por sus vecinos, más bien es secundado por otros, dando pie a una complicidad entre las partes.
O en quienes no se permiten el deber de permanecer parados en una fila, sino es primero identificando oportunidades para usurpar el derecho ganado por otros.
Pero aún mayor es la complicidad de los gobiernos para autocastigarse y castigar a quienes se han aprovechado de los bienes de todos.
Es lamentable que las debilidades legales e institucionales en nuestro país nos alejen del desarrollo, y además, provoquen confusiones preocupantes, cuando el pueblo asimila como sinónimos lo honesto con lo tonto, y lo corrupto con lo sabio.
Entendemos, que la corrupción se reduce castigando a los corruptores y a los corruptos. Es tiempo de que algunos agentes de la clase política y empresarial asuman su rol de enfrentar la corrupción, sobre todo a través del ejemplo.
Milton Morrison es ingeniero
miltonmorrison@gmail.com
Recuerdo aquel primer debate que organicé cuyo invitado fue el profesor Espíndola, inglés de origen chileno, director del Departamento de Estudios Europeos.
El tema de discusión fue la corrupción y el desarrollo, y los participantes provenían de todos los continentes, sobre todo de países en vías de desarrollo.
Aquella tarde pude percibir con preocupación, cómo distorsiones conductuales humanas como la corrupción se habían enquistado en las estructuras sociales de algunas naciones de tal manera que repercutían negativamente sobre la distribución de ingresos y el desarrollo.
Un gran aprendizaje fue entender que para llegar a ser una nación desarrollada debíamos acometer tres objetivos donde la corrupción no ha de tener espacios.
Primero, proveer a las personas de la capacidad de resolver sus necesidades básicas; segundo, permitir que cada individuo se desarrolle en un estado de derechos que le permita respetar y ser respetado, y por último, no cercenar su libertad de elegir.
Recuerdo los comentarios de mis amigos de Nigeria, Bangladesh y Etiopía. Sus países eran ejemplos palpables de la descomposición que produce la corrupción cuando escala las diversas capas sociales, degenerando en grandes desigualdades.
De aquel encuentro concluí que la complicidad social o colectiva es la base para que la corrupción permee todos los estratos sociales.
Ejemplo de ello se observa en el robo de la energía, donde quien se la roba no es denunciado por sus vecinos, más bien es secundado por otros, dando pie a una complicidad entre las partes.
O en quienes no se permiten el deber de permanecer parados en una fila, sino es primero identificando oportunidades para usurpar el derecho ganado por otros.
Pero aún mayor es la complicidad de los gobiernos para autocastigarse y castigar a quienes se han aprovechado de los bienes de todos.
Es lamentable que las debilidades legales e institucionales en nuestro país nos alejen del desarrollo, y además, provoquen confusiones preocupantes, cuando el pueblo asimila como sinónimos lo honesto con lo tonto, y lo corrupto con lo sabio.
Entendemos, que la corrupción se reduce castigando a los corruptores y a los corruptos. Es tiempo de que algunos agentes de la clase política y empresarial asuman su rol de enfrentar la corrupción, sobre todo a través del ejemplo.
Milton Morrison es ingeniero
miltonmorrison@gmail.com
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