El Partido Revolucionario Dominicano, sin duda pasará a la historia por sus aportes a la democracia, los cuales consistieron fundamentalmente en contribuir a la apertura de las libertades políticas en la República Dominicana. Pero el actual contexto ofrece nuevos y complejos retos para la construcción de la democracia, los cuales pasan por más institucionalidad y más oportunidades para que lo material no sea una limitante para el ejercicio ciudadano.
La democracia está asociada a la institucionalidad, mientras que la anarquía es el reino de los más fuertes. Es el orden y la institucionalidad asociados a la democracia lo que amplía las oportunidades a los más débiles.
En la historia política dominicana, la falta de continuidad de las políticas, así como la no aplicación de las leyes han limitado las oportunidades de las personas, teniendo como consecuencia, entre otras cosas los reducidos índices que como país exhibimos en matemáticas y Lengua Española, así como los graves problemas históricos que padecemos como son la falta de agua potable, el problema del suministro de energía eléctrica, el manejo de los desechos sólidos, entre otros.
Las organizaciones políticas así como el país, requieren de una institucionalidad que posibilite a dichas organizaciones ser permeadas por las aspiraciones de sus integrantes, convirtiéndose en un escenario democrático, donde también los intereses históricos y nuevos de los movimientos sociales puedan encontrar los canales políticos que permitan convertir sus aspiraciones en realidades.
La institucionalidad no ha estado en la impronta del Partido Revolucionario Dominicano desde su fundación. Lo que ha imperado en el funcionamiento orgánico dentro del partido son las relaciones primarias creadas a través de los lazos afectivos con los diferentes liderazgos carismáticos que han gravitado dentro del partido, siendo estos el sostén de arreglos basados en favores y reciprocidad, y no sobre la base de la institucionalidad.
La democracia de hoy requiere reglas de juego claras, que funcionen para todos. Más allá de los abrazos ocasionales a los dirigentes, la ciudadanía, necesita escenarios políticos inclusivos.
Las cúpulas de los partidos no podrán abrazar nuevas ideas y luchas y por tanto renovarse, si su institucionalidad no permite la incorporación de voces diferentes y disidentes. Para ello habría que actuar desde la lógica de un nuevo tipo de liderazgo.
Un liderazgo inclusivo y articulador, capaz de generar sinergia interna y externamente, donde el relevo de la dirigencia sea parte de la normalidad democrática y no un fenómeno traumático, que se viva como pérdida.
Gobiernos recientes de la región que han finalizado con altos índices de popularidad como son los casos de Michelle Bachelet en Chile y Lula Da Silva en Brasil, pasan por gestiones democráticas, basadas en el fortalecimiento de la institucionalidad de sus países, incremento de la inversión social, así como el respeto a los procesos de relevo de la dirigencia. Bachelet no intentó violentar la institucionalidad Chilena para continuar gobernando, ni Lula aspira a una nueva gestión, a pesar de la alta popularidad de ambos.
Retos que gravitan sobre la sociedad dominicana, como la construcción de una estrategia de desarrollo nacional, pasa por un liderazgo colectivo capaz de generar sinergia entre los diferentes actores sociales, políticos y económicos del país. Para ello, el PRD necesita recuperar la confianza a través del papel que juegan sus miembros en el Congreso y los gobiernos municipales.
Hoy día los legisladores ocupan la mayor parte de su tiempo en la realización de actividades que no guardan relación con sus funciones como congresistas, desviando el tiempo que le paga la ciudadanía, de funciones vitales como la de fiscalizar la inversión pública o de legislar. Mientras, la mayoría de los ayuntamientos dedican el grueso de sus recursos al pago de nóminas, quedando aplazadas las necesidades del territorio.
Por tanto, la posibilidad de construir una estrategia nacional de desarrollo de manera consensuada requiere de un liderazgo que genere confianza, no porque éste sea el que tenga mayor capacidad de conceptualizar, o posea la mayor cantidad de recursos, o carisma, sino porque sea capaz de negociar y concertar, produciendo el sentimiento de que se está construyendo la patria de todos y todas.
Tanto el fortalecimiento de la institucionalidad organizativa, así como el ejercicio de un nuevo tipo de liderazgo pasa por la prueba de dar espacio a las nuevas luchas sociales, las que al final deberían incrementar los derechos de las minorías, ya sean las tradicionales, como las mujeres o las nuevas, como lo constituyen hoy los descendientes de inmigrantes haitianos.
El PRD tiene el reto de volver a abrir sus oídos a las necesidades de las mujeres, y no sólo respetar los pactos, sino volverse uno de los principales defensores de la cuota de poder que corresponde a las mujeres, así como de las políticas públicas que sin duda tienen el potencial de impactar de manera positiva en la calidad de vida de las familias, como son los diferentes componentes de la seguridad social.
Para finalizar las excluyentes reglas de juego que priman hoy para la participación política han sido construidas por los partidos políticos, sin darse cuenta que ellos mismos se estaban perjudicando. La instrumentalización de los recursos públicos, para la permanencia en el poder, como práctica generalizada por todos los gobierno, así como la modificación antojadiza de la Constitución y las leyes, han contribuido a dar un enorme poder a quien tiene el control del poder político. Pero esto, repito, ha sido construido por los partidos políticos.
La institucionalidad democrática puede ser pesada cuando se está en el poder, pero muy beneficiosa cuando se está en la oposición. Más democracia es más institucionalidad y por tanto, más inclusión y derechos para todos y todas.
Olaya Dotel
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