martes, noviembre 25, 2008

El PLD está disuelto

POR PEDRO P. YERMENOS FORASTIERI

La vigencia de una organización no depende de su existencia orgánica. Eso puede quedar reducido a una amarillenta certificación que avala que se cumplió, en su oportunidad, con formalismos procesales que, incluso, podrían perderse sus concesiones al transcurrir el tiempo. Igual como se diluye la dignidad, hasta desaparecer, al dejarse atrás, tirados cual basura, los valores que la configuran.

Lo trascendente en la determinación de la calidad, tanto de personas como de grupos, es la armonía que se alcance entre los objetivos esenciales de uno y otro y las conductas asumidas como mecanismos para la consecución de tales propósitos. Cuando ambas cosas transitan por senderos disímiles, podrá subsistir la validez individual de cada una, pero el proyecto que se enarbolaba queda pulverizado por la fuerza arrolladora de la incoherencia. Es el divorcio irreversible entre el decir y el hacer.

Analizar al PLD de hoy fuerza a evaluarlo a partir de importantes momentos históricos que lo escinden en dos mitades tan diferenciadas como el blanco y el negro; tan distintas como el antes y el después que se deslinda en una persona valorada como virtuosa que, de repente, es descubierta permitiéndose licencias soterradas que echan a rodar por el suelo una falsa fama por haber hecho un uso irresponsable de su libertad.

Una cosa es el PLD hasta que la lucidez de Don Juan ejercía una influencia capaz de estructurar, como símbolo de identidad, una oferta política que se sustentaba en la disposición de transformar el sistema político dominicano para que las cosas, al fin, empezaran a ser diferentes en una nación que se ha debatido a lo largo de su historia dentro de los mismos e ineficientes parámetros. Aquello parecía un vaso de agua refrescante en la aridez ética nacional.

Todo empezó a trastocarse cuando el declive del líder se hizo tan evidente como las discrepancias de criterio respecto a él de sus más importantes continuadores. Quedó establecido, con claridad de día de verano tropical, la disposición de sus albaceas políticos de hacer girar las manecillas del reloj peledeísta en opuesta dirección a la trazada por su fundador. La obsesión de conquistar el poder al margen de condicionamientos de cualquier naturaleza, se erigió en el norte que pautaba la ruta de la nueva dirección.

Importa resaltar que no se discute el derecho de ese liderazgo sustituto a optar por el sendero que considerara más conveniente, como tampoco, después de los acontecimientos, se escamotea el éxito obtenido a partir de esa elección.

En lo que se disiente es en las consecuencias que ha implicado para el país tal decisión, caracterizada por el abandono de las esencias del pasado partidario y por asumirse la representación del sector conservador como táctica para heredar fuerzas sociales en orfandad desde la muerte de Joaquín Balaguer, con todo lo que eso conlleva.

El PLD agotó su etapa previa a la conquista del poder proclamando, con razón, que las problemáticas de la nación eran el resultado natural de un sistema político incapacitado para ofrecer respuestas adecuadas y que los dos partidos políticos, mayoritarios hasta ese momento, ejercían prácticas partidarias y desde el gobierno impedidas de revertir ese estado de cosas. El precio pagado para acceder al poder incluyó la absoluta igualación con esos partidos criticados. Imposible suponer que, ante tal degradación, se iban a producir balances distintos.

De ahí que, en términos individuales y, por ello, egoístas, se habrá tratado de una estrategia exitosa. No así para el país, quien ha visto esfumarse, nueva vez, la posibilidad de canalizar, a través de un estamento partidario, las impostergables transformaciones que demanda.

yermenosanchez@codetel.net.do

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