El documento es la historia
Lo que no es una regla invariable y aplicable en el ciento por ciento de los casos.
Hay ocasiones en que la historia es el testimonio, las versiones de testigos, la transmisión oral de una generación a la otra y a la otra, sesgados por la subjetividad.
La tarea del historiador, en esos casos, es la de escuchar la mayor parte de esos testimonios, versiones y transmisión oral tradicional, cotejarlos, ponerlos a debatir unos con otros y, mediante una síntesis racional, tratar de aproximarse a lo cierto de una realidad.
Entre 1930 y 1961, por ejemplo, la documentación que existe consiste en informes, correspondencia oficial, leyes, decretos y resoluciones de un régimen que cuidó de la formalidad con vocación enfermiza.
Los gobiernos de Rafael Trujillo y de sus títeres pasarían, de acuerdo con el estudio, análisis y cita de esos documentos, como un largo ejercicio democrático con fallas de procedimiento.
Sin embargo, hasta los trujillistas más recalcitrantes saben y aceptan que se trató de una tiranía y que, en todos los sentidos, la dictadura obró con la venalidad frenética de un gobierno de fuerza y se marcó a sí misma y marcó al país con la sangre de crímenes sin cuento, la injusticia de desposesiones y otros atropellos jurídicos y la violación sistemática de los derechos de la persona y la sociedad humanas.
En ninguno de los casos de crímenes hay un documento previo que lo pruebe.
Pero se sabe de todos los crímenes, y dónde y cómo ocurrieron y, en la mayoría de los casos, cuáles mandatarios los cometieron.
Quizá en sus primeros años, el tirano Trujillo ordenó la muerte de éste o de aquél pero esa necesidad quedó resuelta tan pronto se creó la mentalidad de la tiranía y tan pronto los colaboradores de toda laya, condicionados por la fuerza de la realidad, entendieron que debían adivinarse el pensamiento y la necesidad del tirano y de la tiranía.
De ahí que algunos trujillistas, en casos de persecuciones, prisiones, deportaciones, asesinatos y despojos hayan empezado a tratar de excusar o explicar o justificar a Trujillo con el “exceso de celo” de algunos colaboradores.
POR JUAN JOSÉ AYUSO
Pero lo que se sabe de la cerrazón del régimen y del carácter y temperamento individualistas y exclusivistas del caudillo, es negativa la respuesta a la pregunta: ¿quién se atrevía a matar o a apropiarse de los bienes de otro sin la aprobación previa y sin tener la seguridad de que Trujillo aprobaría?
De una u otra manera, en todos los casos los esbirros y usufructuarios buscaban la anuencia de su “jefe” y procedían entonces al crimen, al delito, al asesinato, a la apropiación, al abuso y hasta al tráfico de influencia que podía traer las mejores hembras a la cama.
Órdenes, resoluciones, oficios y memoranda no hay para amparar en el documento ninguno de los crímenes de Trujillo y de su tiranía pero los crímenes de toda laya estuvieron ahí y sus testimonios y referencias son en realidad la historia de ese período aberrante de la historia reciente.
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