martes, marzo 13, 2007

Gracias a Chávez


-Editorial New York Times


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La inquietud con respecto a la popularidad de Fidel Castro inspiró las políticas a favor de la democracia y el desarrollo de la Alianza por el Progreso durante las administraciones de los presidentes Kennedy y Johnson, uno de los periodos más felices de las relaciones interamericanas.

Venezuela y su demagógico presidente, Hugo Chávez, no recibirán la visita del presidente Bush. Sin embargo, el atractivo de Chávez estará muy presente en la mente de Bush mientras visite América Latina.

Eso, de hecho, es un avance saludable.

Si le gustan los discursos de tres horas de duración, corroer la democracia y uno de los mayores cultos a la personalidad, Chávez es su hombre. Pero si el objetivo es sacar a millones de personas de la pobreza lacerante, tan solo un gran esfuerzo por parte de Estados Unidos –la mayor economía del hemisferio y la democracia más firme– podría marcar una diferencia notable. Y si hace falta la demagogia de Chávez para acicatear a Washington hacia estrategias con mayor visión en el Continente Americano, que así sea.

La inquietud con respecto a la popularidad de Fidel Castro inspiró las políticas a favor de la democracia y el desarrollo de la Alianza por el Progreso durante las administraciones de los presidentes Kennedy y Johnson, uno de los periodos más felices de las relaciones interamericanas.

En años recientes, Washington ha visto hacia América Latina con visión de túnel. Se ha preocupado de manera selectiva con temas que tienen importantes bases de respaldo político en Estados Unidos, como el narcotráfico, la inmigración, la cooperación militar, el comercio y la liberalización de las inversiones. Además, ha tratado injusta o engañosamente muchos de los temas que revisten mayor importancia para los latinoamericanos, como el desarrollo, reducción de la pobreza, el acceso al crédito, la educación y el cuidado de la salud.

Bush debería aprovechar este viaje que lo llevará por Brasil, Uruguay, Guatemala, Colombia y México, para lanzar una nueva versión de esa alianza, esta vez enfocada a reforzar la democracia a lo largo de la región. Debería también comprometerse a garantizar que los beneficios de la expansión del comercio y la inversión lleguen a millones de pobres latinoamericanos en áreas urbanas y rurales, no solamente a las usuales y reducidas élites.

El Presidente de Estados Unidos necesita desafiar el desigual desempeño de los derechos humanos entre aliados como Colombia y Guatemala. La doble moral de Washington con respecto a los derechos humanos socava su credibilidad cuando señala la intimidación por parte de Chávez y la persecución de quienes lo critican.
La Casa Blanca está promoviendo esta gira como parte de un nuevo impulso con miras a promover la justicia social en este hemisferio, y cita una diversidad de iniciativas nuevas por parte de la administración para dicho fin.

Sin embargo, un examen cercano revela que muchas de estas consisten en poco más que un reempaque de programas existentes, incluido el presupuesto para el VIH/sida, alivio a la deuda, el programa Desafío del Milenio y acuerdos de comercio.

De cualquier forma, la lista incluye algunas ideas nuevas, con el potencial de ser útiles, como la ayuda adicional para el financiamiento de hipotecas accesibles, préstamos a pequeños negocios y capacitación en cuidado de salud. Todo lo anterior debe ser objeto de una considerable expansión. Bush merece elogios por duplicar la ayuda para América Latina a 1.600 millones de dólares al año. Sin embargo, buena parte de esa suma se ha destinado a programas de seguridad en Colombia. Hará falta mucho más si la promoción de la justicia social va a ser más que una breve declaración política.

Cuando George W. Bush se postuló por vez primera para presidente hace siete años, dijo que, como gobernador de Texas, él tenía una comprensión especial y empatía hacia América Latina. Ahora que la reputación de Washington en este hemisferio se acerca a su nadir moderno, difícilmente podría haber un momento mejor para poner a trabajar esa comprensión y empatía.

© The New York Times News Service.
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